Kurt Vonnegut no fue el primer veterano de guerra que decidió escribir sobre su experiencia, ya fuera por motivos estrictamente comerciales, aprovechando modas o la fuerza de un tema tan contundente; o terapéuticos, buscando exorcizar los demonios del recuerdo. Pero pocas obras bélicas hay que puedan competir con una obra tan extraña y a la vez tan intensa como la de Vonnegut.
En primer lugar, ni siquiera sabemos si estamos ante una obra bélica, biográfica o de ciencia ficción. La voz del narrador, que suponemos que es asimismo la del propio autor, se confunde con la del protagonista principal, Billy Pilgrim, un peregrino, como indica su propio apellido, que se desatasca en el tiempo y adquiere la habilidad de viajar a través de diferentes momentos y escenas de su vida, arrastrando incluso remanentes de una escena a otra (los que lo rodean en cada instante no entienden por qué llora en momentos felices, o ríe en momentos tristes, sin sospechar que retiene el estado de ánimo que arrastra de la escena que acaba de visitar). Así, Billy salta, sin orden aparente, de un instante a otro: de los brazos de su esposa en la noche de bodas a cualquier momento de sus experiencias como prisionero de guerra de los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, de la escena de su propia muerte por asesinato al bombardeo de Dresden, al que sobrevivió refugiándose en un antiguo matadero de animales. Algunas de estas experiencias beben directamente de lo que vivió el narrador/autor, un Vonnegut que insiste en algunos momentos de la novela “yo estuve ahí, ese de ahí es el autor” al hablarnos de los demás prisioneros que acompañan a Billy. Y es que Vonnegut sí estuvo ahí, ya que vivió en persona el bombardeo y sufrió horrores similares a los sufridos por los protagonistas, horrores que, como explica al principio de la novela, no sabe describir, que de hecho le cuesta recordar.
Billy consigue escapar de la experiencia humana de tiempo lineal gracias a su encuentro con los habitantes de Trafalmadore, unos alienígenas que perciben el tiempo como un vasto todo, un todo en el que ni la muerte ni las guerras tienen ninguna importancia, ya que son sólo momentos sueltos en una extensión que perciben de modo simultáneo. El caos temporal de Billy, su incapacidad para sentir de manera real su propia existencia, tal vez por lo terrible de lo experimentado, tal vez por su condición de trafalmadoriano en ciernes, parece reflejar una mente herida que escapa, una y otra vez, de todo aquello para lo que el cerebro humano no está preparado: lo absurdo, el sinsentido, el desperdicio de vida, su pérdida de valor, ante una situación como la de Dresden, una barbarie que pudo matar a más personas que la bomba atómica.
Matadero cinco es una de esas obras clásicas que parecen crecer con el paso del tiempo. Lejos de perder relevancia (ya que la guerra es, como dice uno de sus personajes, como los glaciares), mantiene, persistente, su tono de incredulidad, de perplejidad (que muchos críticos han asociado, de hecho, con un quietismo pasivo y rendido del autor frente al horror del que fue testigo), y sigue afectándonos del mismo modo, ya que, en el fondo, no hemos cambiado desde entonces. So it goes.
Kurt Vonnegut
Matadero Cinco