El Publishers Weekly ofreció hace poco una lista de libros que consideraba los más difíciles de leer. Se trataba de una selección realizada por Emily Colette Wilkinson y Garth Risk Hallberg, que llevan una sección especializada en la web de crítica The Millions, dedicada a comentar y analizar los libros que más trabajo les han dado como lectores, estudiantes o profesionales. Para ellos, los libros más difíciles eran El bosque de la noche, de Djuna Barnes; Historia de una bañera, de Jonathan Swift; La fenomenología del espíritu, de Hegel; Al faro, de Virginia Woolf; Clarissa, de Samuel Richardson; Finnegans Wake, de James Joyce; El ser y el tiempo, de Heidegger; La reina de las hadas de Edmund Spenser; Ser norteamericanos, de Gertrude Stein; y Mujeres y hombres de Joseph McElroy.
Más allá de su anglocentrismo (si nos ponemos a analizar las grandes obras de la historia literaria de nuestro país seguro que también damos con unas cuantas de lectura muy compleja; La voluntad de Azorín, por ejemplo, no es una obra que uno suela llevarse a leer a la playa), la lista es, por supuesto, subjetiva, y se basa en un amplio surtido de factores. Un libro no es difícil solo porque sea muy largo, o muy denso, o porque está repleto de palabras cuyo significado desconocemos. A veces la dificultad está en su tema, en su recursividad, incluso en su estructura. Y tal vez su dificultad surja del reto, de lo que todavía no hemos conseguido, ya que tendemos a considerar complicadas aquellas obras que no hemos terminado. Aquellos que hemos finalizado son ya desafíos alcanzados, y si fueron lentos, arduos y cuesta arriba no lo recordamos, debido a su característica de obra derrotada. Para mí, e imagino que para muchos, el libro difícil es aquel que he tomado una y otra vez y que nunca he sido capaz de terminar. La diferencia entre un libro difícil y un libro que no merece la pena es precisamente esa: que con el libro difícil lo seguimos intentando. En otras ocasiones, respondemos a una recomendación de personas cuyo criterio respetamos; es por esta razón por la que empiezo una y otra vez Rayuela, El cuarteto de Alejandría y La crítica de la razón pura, si bien terminan, por lo general, regresando a la estantería. Lo siento, Cortázar, y lo siento, Durrell, pero sospecho que a estas alturas debería abandonar vuestras obras. Esos son mis libros difíciles, las obras cuya prosa me cansa y aturde, cuya forma no termina de casar con la estética que busco y disfruto. Con Kant, sin embargo, lo seguiré intentando. El valor del contenido es suficiente como para intentar superar la barrera de lo espeso y en ocasiones indescifrable.
¿Cuáles son vuestros libros difíciles, aquellos que habéis intentado leer pero que os han superado? ¿Cómo diferenciáis entre libros difíciles pero meritorios y aquellos que simplemente no nos llenan, ni ahora ni nunca? Esperamos vuestras aportaciones, como siempre, en los comentarios.