Debido a la cantidad ingente de información que nos bombardea a diario respecto al control del peso es muy complicado distinguir lo serio de lo sensacionalista. Por esto mismo es difícil no tomarse en broma lo que afirma Fred C. Pampel en la revista Sociology of Health and Illness, en su artículo Does reading keep you thin? Leisure activities, cultural tastes, and body weight in comparative perspective (¿Leer te mantiene delgado? Actividades de ocio, gustos culturales y peso corporal desde una perspectiva comparativa). Parece ser que Pampel ha analizado datos de 17 países (la mayoría europeos), obtenidos de encuestas en las que se interrogó a los participantes no solo acerca de su altura y peso, sino también acerca del tiempo que dedicaban a determinadas actividades. Éstas eran muy variadas: desde hacer deporte hasta ver la televisión, pasando por ir al cine o leer un libro.
Lo sorprendente de los datos que Pampel recopiló en estas encuestas es que parece haber una relación entre aquellos que pasaban gran parte de su tiempo en actividades culturales (aquellas relacionadas con arte, ideas y conocimiento en general) y su índice de masa corporal, muy similar, por ejemplo, a la que existía entre aquellos que practicaban deporte, una actividad tradicionalmente asociada a un índice de masa corporal baja. En otras palabras, parece ser que leer puede estar tan vinculado a un cuerpo bajo en grasa como hacer ejercicio.
No se trata de un caso universal, ya que esta relación entre lo cultural y la delgadez queda más patente en lugares de Europa Occidental y Oceanía, pero menos en Europa Oriental, Sudamérica y algunos países asiáticos como Corea del Sur. También parece afectar de manera más efectiva a las mujeres. Uno también tendría que preguntarse si está relacionado con el poder socioeconómico de los entrevistados, un dato que no figura en el artículo, ya que por lo general las personas con mayor poder adquisitivo tienen acceso a más actividades culturales y a una mejor educación universitaria; pero a la vez pueden permitirse una dieta más saludable que es, por norma, un poco más cara. Por tanto, podríamos pensar que los más ricos leen más y además comen mejor, y de aquí la asociación. Pero esta vinculación tampoco es determinante y no es un factor definitivo.
Una de las hipótesis presentadas por Pampel es que el grupo de personas interesadas en actividades culturales como leer, acudir al teatro, formar clubs de lectura, etc., tenía una formación superior a la media, y que en su educación superior había creado hábitos de estudio y una serie de disciplinas que le permitían alcanzar metas personales con mucha mayor facilidad. Por esto, no les costaba tanto controlar su peso como a otras personas con una educación más limitada, cuyos intereses actuales se centraban más en actividades como ir de compras o chatear por internet. También proponía que en los grupos más “culturales”, podría haber cierta presión social que otorgara un valor superior a aquellos individuos preocupados por su salud tanto mental como física.
Pampel concluye su estudio advirtiendo que este no es un mecanismo de causa-efecto. Si uno lee más y sigue comiendo lo mismo, sin hacer ejercicio ni llevando una vida sana, lo más seguro es que no pierda ni un gramo. Pero tal vez al enfocar de forma diferente nuestra vida, al dedicarla a actividades intelectualmente más complejas, nos convirtamos en el tipo de persona que se come unos cereales integrales con fruta para desayunar, en vez de cinco bollos de chocolate; que sale a correr por las mañanas en vez de quedarse viendo la tele tirada en el sofá, y que se preocupa y quiere aprender sobre todo tipo de temas, incluida su propia salud.