Thomas Pynchon es un autor aclamado por la crítica, postulado en los últimos años al Premio Nobel, con tan sólo ocho novelas en su trayectoria y que ha sido comparado con otros grandes autores americanos como Philip Roth o Cormac McCarthy. Su aversión a los medios es legendaria, se tienen muy pocas imágenes de él y sus apariciones públicas son muy, muy escasas.
Con todo, Pynchon no es un escritor muy conocido en España, al menos no para el gran público, y es cierto que si quitamos El arco iris de gravedad, una de sus primeras novelas, no hay muchos títulos que se hayan hecho famosos en nuestro mercado. Contraluz, su penúltimo libro, sobrepasa las 1200 páginas y su estilo, fragmentado y exigente, alejará instantáneamente a aquellos interesados en una lectura rápida y sencilla.
En Contraluz, Pynchon reúne un compendio de argumentos, personajes y situaciones propios de la novela pulp; desde las aventuras de Los chicos del azar -omnipresentes en toda la narración desde su dirigible-, a momentos de novela del oeste, de espionaje, de misterio (oriental o no), de aventuras, erótica y, en resumen, casi cualquier cosa que te puedas imaginar. Pynchon no cuenta una sólo historia, cuenta decenas de ellas a través de personajes recurrentes que son capaces de encontrarse a través de casualidades imposibles a lo largo y ancho del mundo y del tiempo.
Contraluz nos presenta el mundo como su nombre indica. Como si asistiéramos a una realidad que nace justo en el borde luminoso entre el objeto en sombras y la luz tras él, ese arco irreal y cambiante es el mundo que leemos entre las páginas del libro. Es casi imposible hablar en profundidad del arco narrativo de Contraluz, pues es cambiante, esquivo y tan sólo Los chicos del azar, desde las alturas, suponen una constante presente en casi toda la narración.
Por lo demás, decir que he disfrutado este libro como hacía años que no lo conseguía con una buena lectura. Su estilo es sincopado, excesivo, lleno de vueltas, revueltas, digresiones imposibles, conversaciones infinitas sobre matemáticas y física, y con una sexualidad abierta y funcional que aborda sin tapujos y con una sencillez que sorprende después de todo el recargado constructo anterior. En este punto, añadir que la traducción me ha parecido excelente.
¿Recomiendo la lectura de Contraluz? Por supuesto, pero hay que tener claro que en ocasiones parece más un libro pensado para bailar con él, con la cadencia arrítmica que Pynchon ha creado, que para su simple lectura. Hay que dejarse llevar y disfrutar con esa miríada de historias que se enlazan unas con otras, partiendo de la Exposición Universal de Chicago a finales del XIX hasta el periodo de entreguerras. Un trozo de la historia del mundo visto a contraluz y, en ocasiones, desde las alturas, a bordo de un dirigible lleno de máquinas de Tesla.
Thomas Pynchon
Contraluz