Kafka es uno de esos escritores que han sabido hacerse un hueco en el canon literario con una producción muy escasa. Esto se debe, sobre todo, a que el escritor de origen checo, que murió en Austria en 1924, ni siquiera quería que sus obras vieran la luz. En vida apenas publicó un puñado de historias cortas, y le pidió a Max Brod, su amigo y posterior biógrafo, que destruyera el resto de sus obras, todas inéditas.
Ni Brod ni Dora Diamant, la compañera final del escritor, cumplieron del todo sus deseos respecto a sus obras sin publicar. Aunque quemó gran parte de los papeles de su amante, Dora guardó durante años varios cuadernos y cartas de éste, que finalmente fueron confiscados por la Gestapo en 1933 y que siguen desaparecidos. En cuanto a Brod, se llevó una maleta marrón repleta de papeles de su amigo de la antigua Checoslovaquia, huyó a Palestina y poco a poco fue publicándolos.
Sin embargo, Brod no llegó a compartir todo el contenido de aquella maleta. Ésta quedó en posesión de su secretaria, Esther Hoffe, residente de Tel Aviv, de quien se sospecha que tuvo una relación amorosa con Brod (en las narices, parece ser, de su propio marido e hijas). A la muerte de Hoffe, la maleta pasó a ser propiedad de sus dos hijas, Eva y Ruth. Fue la propia Esther la que vendió el manuscrito de El proceso, por la nada desdeñable cifra de dos millones de dólares, en 1939.
En la actualidad, el valor del contenido de la maleta de las hermanas Hoffe es incalculable. Se desconoce qué había exactamente dentro de esta pieza de equipaje que siguió a Brod en sus viajes, pero el estado de Israel está, como es obvio, bastante interesado. Reclama para sí estos documentos, acusando a las Hoffe de no tener ningún derecho sobre la maleta. Por otro lado, tras la muerte de Ruth, todo queda en manos de su hermana Eva, una mujer soltera, sin hijos, que vive en un hogar vacío con la única compañía de sus gatos. Para ella, la maleta, cuyo contenido guarda en celoso secreto, es su único legado. Su abogado afirma que el intento del estado de Israel por describir a Kafka como un escritor israelí o con alguna conexión a Israel es completamente absurdo, algo con lo que están de acuerdo estudiosos y académicos de otros países, que desean que los papeles del autor checo de origen judío no caigan en manos de un país en exclusiva, para que puedan ser accesibles para cualquier persona interesada. Eva Hoffe insiste en que los documentos de Kafka estarían a mejor recaudo en las bibliotecas de otro país como Alemania. La élite intelectual israelí insiste en la importancia de vincular a Kafka con su cultura, y aduce, por ejemplo, el interés del propio Kafka por aprender hebreo y su sueño de vivir en Israel (entonces Palestina), algo que puede observarse en los documentos personales que sí se conservan del escritor y que están disponibles para el público.
Mientras, las posesiones de Eva Hoffe están celosamente guardadas en diferentes cajas de seguridad esparcidas por Europa y, una vez más, el duelo entre los guardianes de una herencia literaria y el estado que la acoge es responsable de que una serie de documentos de inmenso valor cultural estén lejos del alcance de los que realmente los necesitan: todos los lectores.
Franz Kafka