En relación a lo que exponíamos en la primera parte, acerca del análisis de los datos ofrecidos por VIDA sobre la alarmante desproporción de hombres y mujeres en las publicaciones críticas más importantes, Emily Gould, bloguera y escritora para el New York Times, ha expuesto otra posibilidad. Gould considera que las mujeres se interesan menos por puestos en publicaciones “serias” como el New Yorker o el London Review debido a que obtienen compensaciones económicas bastante más interesantes en otro tipo de medios, como las revistas del corazón. Recuerda al caso de tantos buenos periodistas que abandonan puestos de trabajo mal pagados en medios de prestigio para dedicarse al rentable negocio del paparazzi y el cotilleo. No podemos conocer del todo las razones que hay detrás de los desconcertantes datos que ofrece VIDA, pero lo que queda claro es que la balanza no está ni mucho menos equilibrada.
En cuanto a España, estos datos encajan de manera oportuna en el debate actual acerca de la postura de la Real Academia de la Lengua frente al lenguaje sexista. Muchos de vosotros habréis leído el informe del filólogo y académico Ignacio Bosque (Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer), que rechaza muchas de las propuestas de diferentes guías, procedentes de instituciones y organismos oficiales, interesadas en sustituir el lenguaje actual por uno menos machista. Muchos (y muchas) profesionales de la lengua, defensores (¡y defensoras!) de la igualdad de la mujer, argumentan que estas propuestas de las guías son absurdas y ridículas, asegurando que un cambio en el lenguaje no va a modificar las condiciones más importantes de discriminación real (el lenguaje, al fin y al cabo, responde a las necesidades y evolución de la sociedad, no a la inversa). Sin embargo, como bien apuntó Elvira Lindo en un artículo de opinión en El País, estemos o no estemos de acuerdo con las declaraciones de la RAE, es innegable que sus miembros son, en su mayoría, masculinos.
Del mismo modo que ocurre con las publicaciones analizadas por VIDA, ¿es posible que un organismo pueda tomar decisiones del todo igualitarias y justas si la mayoría de sus participantes pertenecen a un solo sexo? Tenemos que evitar a toda costa caer en la distopía del cupo, pero la preponderancia de hombres en puestos ejecutivos y directivos sí puede señalar cierta preferencia a la hora de evaluar candidatos de ambos sexos, ya sea en el New York Times o en una gacetilla local, en un consejo universitario o en una escuela de primaria. Esto exige, a su vez, un mayor compromiso por parte de las mujeres; para las mujeres escritoras tal vez implique una creación menos focalizada, menos unida a la literatura tradicionalmente asociada a lo femenino, y para las mujeres críticas un mayor esfuerzo para posicionarse en lugares reservados para el hombre, sin ceder a las salidas fáciles y comerciales. Es sobre todo sangrante que esta situación de desigualdad pueda producirse en oficios que suelen asociarse a personas cultas, inteligentes y tolerantes.
Elvira Lindo