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El café, combustible para escritores

AutorGabriella Campbell el 14 de marzo de 2012 en Divulgación

Café Balzac

Todos hemos oído hablar de los grandes textos que surgían de la pluma de los mejores autores bajo el efecto del alcohol o de todo tipo de drogas pero, desde un punto de vista práctico, ¿cuál es el mejor amigo del escritor medio, atosigado por los demonios de la fecha de entrega, la inspiración y las prisas? Seguro que habéis acertado: la cafeína. Y nada mejor para ello que una buena taza de aromatizado café.

Claro que los hay que llevan sus hábitos a límites insospechados. Hay innumerables blogs, en todos los idiomas, de autores, más o menos conocidos, que admiten, con orgullo, una adicción doble: a la escritura y al café. En Alemania, el equivalente a la conocida marca estadounidense Starbucks es Balzac Coffee, nombrada en honor a uno de los mayores adictos al café que conocemos, Honoré de Balzac (por cierto, ¿sabíais que en Alemania se consume más café que cerveza?). El autor de La comedia humana podía llegar a consumir hasta cincuenta tazas de café al día, y se sospecha que fue esta adicción a la cafeína la que lo arrastró a una temprana muerte a la edad de 51 años. También escribió con gran detalle acerca de los beneficios e inconvenientes de ese brebaje especial, que lo llevaba al extremo de masticar granos de café si no tenía una humeante taza disponible.

Es interesante añadir que de no ser por Goethe, tal vez habríamos tardado mucho más en descubrir la cafeína. El escritor alemán dedicó largas horas a investigar los efectos del café, y en un encuentro que tuvo con el joven científico Friedlieb Ferdinand Runge, al que había invitado a su hogar para que le enseñara los resultados de un experimento que realizaba Runge con extracto de belladonna sobre su propio gato, le instó a analizar unos granos de café para descubrir qué propiedades se escondían tras ellos. Runge, gran admirador del poeta, le hizo caso, y consiguió identificar la cafeína en su laboratorio, por lo que se le considera el responsable de su descubrimiento.

El café, por lo general, es uno más de los hábitos del escritor, que pueden ser de lo más disparatados. Truman Capote aseguraba que era un “escritor horizontal”, que tenía que escribir tumbado, con un café y un cigarrillo. Del café pasaba al té, del té al jerez, y del jerez a los martinis, conforme avanzaba el día. Escribía sus dos primeros borradores a mano, el tercero lo realizaba a máquina, apoyando el aparato sobre sus rodillas.

Por otro lado, es comprensible el atractivo de las cafeterías, donde pueden darse la mano dos condiciones ideales para el escritor: la disponibilidad de café y cierta tranquilidad para escribir (o, en el caso de algunos, la disponibilidad de bebidas azucaradas que hacen pasarse por café y la posibilidad de aparecer con un portátil de moda para hacerse el interesante mientras uno teclea).Y tal vez no sea mala idea, teniendo en cuenta que algunos de los más conocidos escribieron sus obras superventas en cafeterías, como por ejemplo, la anglosajona J. K. Rowling que, entre tantos otros espacios públicos, escribía sus libros de Harry Potter en el Elephant House de Edimburgo.

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