Resumiéndolo mucho, podríamos decir que el trabajo del editor consiste en evaluar y seleccionar las obras, la lectura detenida y la corrección de las mismas, así como convertirlas a un formato apto para imprenta y, tras la impresión (y corrección de los errores, de haberlos, de las pruebas de imprenta) la posterior puesta en el mercado del libro utilizando todos los medios de promoción y distribución a su alcance. Pero se hace necesario diferenciar claramente la labor de los editores de las grandes editoriales comerciales y la de los que pertenecen a pequeñas empresas. En las grandes editoriales existe personal especializado, ya sea en nómina o externo, que se ocupa de ciertos aspectos como la maquetación, las relaciones con imprenta y distribuidores, las correcciones o el diseño, limitándose la labor del editor prácticamente a la evaluación y selección. En las pequeñas, sin embargo, el editor participa (e incluso lleva él solo) en todo el proceso que va desde la llegada del libro a sus manos (o su encargo) hasta la colocación del libro en el punto de venta (y todo lo que viene después, que no es poco).
Los libros se escriben por varias razones. La principal es por iniciativa del autor, pero no es raro que un editor se ponga en contacto con él para hacerle un “encargo”. Las razones de estos encargos son variopintas, pero suelen responder a una expectativa de ventas generada, por ejemplo, por una fecha significativa (el aniversario de un hito histórico, una efeméride, etcétera) o por seguir las tendencias editoriales de ese momento. Por ejemplo, un editor bien podría ponerse en contacto con un autor especializado en literatura de terror para encargarle escribir un libro sobre zombis ahora que el mercado parece estar demandando esa temática.
El trabajo del editor es esencial, porque es él el que elegirá qué títulos van a publicarse y cuales no, al menos en editoriales pequeñas. En las grandes, ellos son los que criban qué enviarán a los responsables últimos de la publicación, ya estemos hablando de un Consejo de Administración, un Director o, en el caso de instituciones, el diputado o concejal de turno. Paralelamente a esto, el marketing ha adquirido cada vez más importancia, y en gran parte de las editoriales la opinión de los expertos en mercadotecnia es imprescindible para la aceptación de un original, imponiéndose a veces incluso su criterio al del editor. Este hecho es especialmente significativo en las grandes editoriales comerciales.
Otra función esencial del editor es la de “cuidar” al autor. Los escritores son fundamentales para el desarrollo del proyecto editorial por muchas razones, y a veces dan auténticos quebraderos de cabeza al editor, sobre todo cuando son autores de éxito. Los editores con poca experiencia tienen dificultades para enfrentarse a las demandas de autores agresivos, aunque también sucede al contrario: un autor novel puede verse totalmente desprotegido ante un editor sin escrúpulos, y ya no estoy hablando tan sólo de las peliagudas relaciones contractuales, sino sobre todo del libro en sí mismo, si bien es cierto que algunos autores son reacios a introducir cambios en el texto original incluso cuando es evidente que son necesarios para la correcta comprensión del futuro libro. El autor debería ser consciente de eso: aunque el libro le pertenece de forma genuina, es el editor el experto en convertirlo en un producto vendible.