Tres son los centros mundiales del cómic, y tres son las concepciones, radicalmente distintas y en cierto modo opuestas, de su forma de entenderlo. El cómic estadounidense, el franco-belga y el japonés son los mayoritarios en el mundo, los que más venden, los que más se adaptan a cine y televisión. No hay que circunscribir estas tres tradiciones, en todo caso, a un entorno geográfico concreto: se hace cómic “estadounidense” en otras partes del mundo (Inglaterra, por poner un caso), al igual que la bande dessinée no se limita a los países europeos francófonos (su influencia es clara, por ejemplo, en España, Italia o Argentina) y ya ni siquiera el manga es solo japonés.
El manga, que a nivel estético bebe de una tradición de ilustradores que se remonta a los siglos XI-XII, no podría haber surgido sin la influencia de la ilustración satírica europea del siglo XIX. Los primeros mangas propiamente dicho aparecerían a principios del siglo XX, y pertenecerían al género que hoy se denomina kodomo, es decir, el infantil. En pocos años la temática y el público objetivo se ampliaron, convirtiéndose en muy populares los álbumes de historias militares, fieles reflejo de la sociedad japonesa inmediatamente anterior a la Segunda Guerra Mundial. No hay que olvidar que durante los años 30 Japón invadió Manchuria en dos ocasiones, la segunda de las cuales fue el inicio de la Segunda Guerra Chino-Japonesa.
Tras la rendición incondicional de 1945, Estados Unidos prohibió las historias de corte militarista que tanto habían ayudado a la difusión del manga, la mayor parte financiadas por el estado, que las usó como un medio propagandístico más. Sin embargo, el manga se vio fortalecido por la situación precaria del país en la posguerra. También fueron aquellos los mejores años del cine japonés, lo cual es sintomático de una nación que necesitaba ocupar con actividades de ocio un tiempo precioso que les ayudara a evadirse de la vergonzosa y humillante claudicación ante los estadounidenses.
El primer mangaka de esta nueva época fue Osamu Tezuka, que tuvo un éxito sin parangón con la edición de muy baja calidad de su obra La nueva isla del tesoro, que vendió medio millón de ejemplares. Tezuka pasó inmediatamente a la revista Manga Shonen, que había sido fundada en 1947, y se convirtió en el primer mangaka de prestigio gracias a Astroboy. Tezuka fue también un pionero en la animación (Astroboy fue el primer manga que dio el salto a la televisión, lo que se conoce como anime), y ayudó a la diversificación de géneros temáticos (La princesa caballero, otra de sus obras destacadas, es considerada el primer manga shojo de la historia). El kodomo, el manga infantil, dejó de ser el único, apareciendo una serie de mangas agrupados por rangos de edades del público objetivo: a grandes rasgos el manga se divide en kodomo (infantil), shojo (adolescente femenino), shonen (adolescente masculino), josei (adulto femenino), seinen (adulto masculino) y hentai (erótico). Los subgéneros temáticos son muchísimos: desde los populares mecha (de robots) o maho shojo (chicas con poderes mágicos) al yaoi (homosexualidad masculina) o el jidaimono (de ambientación feudal).
En el resto del mundo el shonen y el shojo, sobre todo a través de la animación, fueron los primeros en hacerse populares. En la actualidad el manga es un fenómeno global, y supone un porcentaje altísimo de las ventas de cómics en todos los países del mundo. Aún más, ha supuesto una influencia notable en autores europeos y americanos, tal y como ha ocurrido en Francia con el movimiento La nouvelle manga, o en Estados Unidos con el “amerimanga”, estéticamente japonés pero específico para un público estadounidense. Otro ejemplo de fusión de estilos podría ser el popular cómic canadiense Scott Pilgrim versus The World, cuya estética le debe mucho al cómic japonés.