Si hay un campo en el que el género de terror destaque por encima de otros parientes de la literatura fantástica, ese es el del cuento y el relato corto. Pese a que la ciencia-ficción y la fantasía tengan grandes relatistas, el terror se convierte en un arma afilada y precisa cuando un buen escritor decide narrar de manera breve horrores con los que seducir y asustar a sus lectores.
Es más, me atrevería a decir que los grandes autores de novela de terror funcionan mejor en los terrenos cortos. Stephen King, sin ir más lejos, se pierde en novelas de miles de páginas repitiendo arquetipos de sus últimos libros, pero, sin embargo, muestra más frescura cuando se dedica al relato. Ahora mismo tenemos Todo oscuro sin estrellas como un ejemplo más de lo que es capaz de hacer el veterano de Nueva Inglaterra.
Algo parecido le pasa a Clive Barker, cuyas novelas, sobre todo las primeras, no acaban de avanzar sin dispersar la narración y, en ocasiones, hacer que el lector se pregunte qué es exactamente lo que trata de contar el autor. Sin embargo, Barker es un cuentacuentos magistral, incluso podría arriesgarme y decir que con sus primeros relatos de terror logró un impacto sobre los aficionados -y autores- del género que pocos han conseguido hasta el momento. Su dominio de la llamada «nueva carne» y su estilo que une lírica, garfios y mitología propia no ha sido superado todavía.
Por eso me gustaría destacar uno de esos cuentos, aparecidos en la conocida antología de los Libros de sangre en su primer volumen, En las colinas, las ciudades, como un ejemplo de lo que debería ser un buen relato de terror.
En primer lugar, teniendo en cuenta cuándo está escrito, 1984, el hecho de que la pareja protagonista sea homosexual y que contenga sexo explícito nos lleva a una importante característica: el desafío. De entrada nos enseña a una pareja exactamente igual que cualquier otra de sexo indefinido, y lo hace con una naturalidad y sentido del humor envidiable. Sin embargo, en los años 80 este tipo de relaciones producían más rechazo que ahora… al menos hasta hace poco. Lo dicho: Barker ya te dice que la cosa va a ir por donde él quiere, que va a ser poco complaciente con un lector generalista y que no sabes bien por dónde va a salir.
Luego, el lugar, ambientado en los Balcanes, un lugar mezcla de leyendas, comunismo, turismo incipiente, lo suficientemente alejado de la «sociedad conocida» pero todavía tan cercana que resulta plenamente reconocible, jugando con la idea de pasar de una ciudad cosmopolita a un erial en apenas un giro equivocado. Por supuesto, que los Balcanes sea un lugar histórico de luchas y matanzas desde tiempos inmemoriales ayuda bastante a crear ambiente.
La narración se desarrolla a dos niveles mientras Mick y Judd, la pareja turista, se adentra en busca de su próximo destino, mientras en el pueblo de Popolac se está organizando… bueno, se organiza una especie de… comunión masiva de carne y almas. No voy a contar más, ya que el cuento depende en buena forma de este amasijo entre demoníaco y puramente carnal. Suficiente decir que, hasta el momento, a nadie se le había ocurrido utilizar la imaginería que presenta Barker. Espectacular hasta decir basta.
Así que ya sabéis, el primer relato que os recomiendo, ideal para la noche de Todos los Santos, Halloween, Samhain (como queráis), En las colinas, las ciudades, de Clive Barker. Qué demonios, recomiendo todo el volumen de Los libros de Sangre. Si os gusta el terror, no quedaréis defraudados.