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Asfixia, Chuck Palahniuk y la Generación X

AutorGabriella Campbell el 23 de octubre de 2011 en Reseñas

Asfixia, de Chuck Palahniuk

Para muchos, el nombre de Chuck Palahniuk no significará nada, pero el nombre de su obra más conocida, El club de la lucha, despierta el interés de lectores y entusiastas del cine por igual. La adaptación cinematográfica de su libro por David Fincher, protagonizada por Brad Pitt, Edward Norton y Helena Bonhan Carter, se ha convertido con el tiempo en una película de culto. El film fue criticado por su contenido violento, al igual que la obra original fue considerada impactante por sus escenas explícitas, tanto de violencia como sexuales. El feísmo y la brutalidad con la que Palahniuk describe las relaciones humanas aparece de nuevo en otra de sus novelas, Asfixia. Ésta recoge de nuevo los temas presentes en El club de la lucha, mostrando la desesperación humana bajo el peso del materialismo y lo socialmente convencional.

El protagonista de Asfixia recurre a todo tipo de métodos para sobrevivir, tanto mental como económicamente. Se define como adicto al sexo, si bien nunca queda claro si las relaciones que establece con mujeres, aparentemente de manera casual y superficial, están tan desvinculadas de emociones como querría hacernos creer; y en todo momento parece que busca una adicción como escapatoria a sí mismo (muestra a lo largo del libro cierta admiración por las actividades y comportamiento, que él ve como liberador, de otros adictos). Trabaja en un centro de reconstrucción histórica, donde a diario debe disfrazarse de colono del siglo XVIII, y por las noches dedica su tiempo a ir a restaurante en restaurante, fingiendo una situación límite (asfixiarse con la comida) para que otros puedan salvarlo y poder crear un vínculo de responsabilidad con éstos por el que se sientan obligados a cuidar de él y enviarle dinero, dinero que necesita para poder mantener con vida a su madre, que se halla recluida en una institución mental. Poco a poco se ve obligado a enfrentarse a sus propias limitaciones y sentimientos: a través de la Dra. Paige Marshall, en la que por primera vez confunde sexo y afecto; y a través de su propia madre, cuyo delirio se nos va desvelando mediante frecuentes flashbacks a lo largo del libro.

El estilo rápido, de párrafos cortos, monólogos internos y recuerdos visuales, ayuda a navegar un texto cargado de símbolos (como expresa la madre del propio protagonista, que insiste en que el mundo se ha cargado tanto de definiciones, de reglas y símbolos que ha perdido su sentido) y diferentes líneas narrativas. Bailan los argumentos entre las relaciones personales del protagonista (con su madre, con las mujeres, con su mejor amigo Denny) y los actos surrealistas que se suceden a su alrededor (las piedras de Denny, los “héroes” que “salvan” al asfixiado todas las noches, la madre secuestradora y su parafernalia de información absurda), todo cargado de una conveniente dosis de escenas incómodas y a veces nauseabundas, y de la habitual “pistola escondida” de la que suele hacer gala Palahniuk, un giro argumental inesperado que trastoca la información recibida y que, lejos de ofrecer un final, complica la intriga y cierra la obra con la sensación agridulce de que el personaje central sigue siendo tan complejo e inescrutable como al principio y que en la obra de Palahniuk siempre hay que leer con cuidado, ya que nada es realmente lo que parece.

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