Chicago es uno de esos lugares donde la cultura toma múltiples y extrañas formas, desde la haute culture de los pudientes, especializados en decoración de interiores a golpe de millones, al graffiti más descarnado o la poesía más visceral del subsuelo artistico. Aparecen las más variadas representaciones, y una de las que arrasan en estos momentos se acerca al mundo del burlesque, del cabaret, teñido en ocasiones con cierto matiz victoriano y steampunk, una estética que puede encontrarse tanto en la pasarela como en un local de topless. Y cuando ésta se cruza con lo literario, surgen proyectos tan interesantes como la Chicago Poetry Brothel, algo así como el Burdel de Poesía de Chicago.
En este curioso burdel uno paga cantidades simbólicas (unos cinco dólares estadounidenses) para tener un encuentro íntimo con su prostituta o prostituto favorito, quien recitará, para su singular deleite, poesía de su propia composición o cualquiera que ud. le solicite. Los Poetry Whores, como se hacen llamar, declaman en un escenario común mientras los clientes consumen en la barra o sentados a las mesas, acompañados de personajes habituales como “El Buen doctor”, “El Tísico” o los White City Rippers, que amenizan con su música el local. Una vez contemplado el acto común, los clientes pueden retirarse a los reservados con el o la Poetry Whore de su elección, mientras en el escenario se desarrolla todo tipo de actos, algunos circenses, otros más cercanos al ya mencionado arte del burlesque, donde el striptease adquiere una categoría superior. En lo que se refiere a la prostitución poética, hay mucho donde elegir: si prefiere algo cálido, musical, inspirado por el jazz y la cultura de Nueva Orleans, tal vez elija a Serafine LaCroix; si lo que busca es algo gótico, deprimente, con toques románticos, puede que disfrute del arte de Woodland Doll. Hay para todos los gustos, dirigidos todos bajo la tierna pero estricta mano de la Madame, Susan de Ojos Negros.
Aunque no es la primera vez que el cabaret se une con lo literario, sí es llamativo ver cómo se crea un local exclusivamente para la combinación de ambos aspectos del arte y el espectáculo. La idea del poeta como alguien que se prostituye, ofreciendo, en esta ocasión, su alma a plena vista de todos (y a nivel personal, a merced de los deseos artísticos del cliente) es atractiva, y resulta más física que nunca al adaptarla a un entorno fastuoso y decadente como el de la Chicago Poetry Brothel. Estos prostitutos de la literatura representan al escritor más mercenario, cuya venta como artista y creador se manifiesta de esta manera tan particular, por la que, por un lado, el creador recibe compensación económica por sus servicios y, por otra, el comprador obtiene la sensación, aunque pasajera, de mecenas, patrón y habitante de los lupanares de la literatura. Así que ya saben, si pasan por Chicago, no dejen de visitarlo y de elegir a su propia puta, al fin y al cabo la poesía en vivo es uno de esos lujos de los que uno puede disfrutar rodeado de los escenarios más carnavalescos e inverosímiles.