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Grandes pseudónimos (III)

AutorGabriella Campbell el 4 de agosto de 2011 en Divulgación

Valle Inclán

Como ya comentábamos en el artículo anterior, no han sido los autores extranjeros los únicos en usar un nom de plume o pseudónimo. En España hay una larga tradición de utilizar nombres de guerra para el ejercicio literario, y a veces eran realmente más títulos bélicos que autoriales, debido a su uso como tapadera para todo tipo de peleas, insultos y combates lingüísticos y personales.

El pseudónimo llegó a convertirse en un nombre tapadera, como es el caso del conocido Alfonso Fernández de Avellaneda, que en 1614 hacía circular una versión apócrifa de una obrilla llamada El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, y que incluía en su prólogo toda una colección de palabras de desprecio hacia el autor de dicha obra, Miguel de Cervantes. En cuanto a quién se hallaba detrás del nombre Avellaneda, nadie lo sabe con seguridad, pero se barajan nombres como Jerónimo de Pasamonte, Pedro Liñán de Riaza, Baltasar Elisio de Medinilla o Cristóbal Suárez de Figueroa. En los casos primeros, sobre todo, parece estar involucrada la vengativa mano del dramaturgo Lope de Vega, que pudo haber encargado dicho apócrifo a alguno de estos escritores, amigos suyos, o haberlo realizado, parcialmente, él mismo. Lope no era ajeno a los pseudónimos, se le conocen varios, entre los que destaca, seguramente, el de Gabriel Padecopeo, que utilizó para algunos de sus poemas, probablemente para ocultarse de la furia de maridos, hermanos y padres de las mujeres a las que agasajaba en sus versos.

Otro nombre artístico con el que se han deleitado los lectores españoles ha sido el de Miguel de Musa, con el que un joven Francisco de Quevedo escribió unos versos que parecían parodiar el estilo de un tal Luis de Góngora, una imitación burlesca que el cordobés no perdonó y que inició una de las batallas literarias más conocidas del mundo literario. También tenemos en nuestro país casos de mujeres escritoras que utilizaron nombre masculino para poder hacerse hueco en un mundo de grandes autores y escasas autoras, ya lo hacía en el siglo XIX Cecilia Böhl de Faber al firmar como Fernán Caballero.

La lista de pseudónimos españoles es larga, y de muchos se han destapado los nombres originales (o nunca se ocultaron en gran medida, usándose, como en los ejemplos que vimos en los artículos anteriores, simplemente para distanciarse del nombre utilizado en su actividad profesional). En el caso de Azorín, por ejemplo, la posición política del escritor y su uso ferviente del periodismo como medio de crítica y ensayo lo impulsaron a utilizar varios pseudónimos diferentes, si bien al final de su vida los abandonó para firmar con J. Martínez Ruiz, su nombre real. Cabe mencionar también a Valle Inclán, bautizado Ramón José Simón Valle Peña, que tomó su nombre artístico de su antepasado, Fernando de Valle Inclán; y si hablamos de otros países hispanohablantes no podemos dejar de mencionar a Plácido, el cubano Gabriel de la Concepción Valdés; al chileno Pablo Neruda (Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto), o a la también chilena Gabriela Mistral (Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga).

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