Incluir a Gertrudis en esta serie de escritoras españolas tal vez no sea del todo correcto, debido a que se trata de una mujer de origen cubano. Pero la escritora Gómez de Avellaneda pasó gran parte de su vida en nuestro país, y fue aquí donde produjo sus obras más conocidas. Gozaba de gran popularidad en España y ésta era, para ella, su segunda patria.
Cuando hablamos de escritoras del siglo XIX, inevitablemente hablamos de mujeres de vidas atormentadas y terribles. Aunque, en cierta forma, éste parece ser un requisito fundamental para triunfar en el ámbito literario decimonónico, podría parecer que la producción de obras grandes se basaba sobre todo en la necesidad de desahogo de vidas muy alejadas de la felicidad. Gertrudis vivió varios intensos amores no correspondidos, y perdió a su hija cuando ésta contaba con tan sólo siete meses de edad (fue, además, madre soltera, algo casi inconcebible para su tiempo). Es interesante destacar que Gertrudis era de familia noble, al igual que Emilia Pardo Bazán. Podría deducirse que la mujer de origen aristocrático tenía una oportunidad superior en lo que se refiere a la educación, y cierta libertad en lo que a situación social se refiere, tal vez cierta libertad de la que no gozaban otras mujeres de condición menor.
De Gertrudis se sabe bastante, gracias a una autobiografía en formato epistolar que envió al que seguramente fue el amor de su vida, Ignacio de Cepeda y Alcalde. Escribió a Ignacio con dos condiciones: “Primera: que el fuego devore este papel inmediatamente que sea leído. Segunda: que nadie más que usted en el mundo tenga noticias de que ha existido”, condiciones que, obviamente, no se cumplieron. Como tantos otros escritores del momento, no se limitó a un solo género, cultivando drama, novela y ensayo, pero es por la poesía por la que se le conocía en su época y por la que se le recuerda hoy en día, sobre todo por la lírica mística a la que se dedicó al final de su vida. Es también digna de mención su novela Sab, considerada por algunos como novela abolicionista, y por otros como un retrato de la Cuba que había conocido.
Es interesante que la valoración de Gómez de Avellaneda por parte de críticos y escritores de su tiempo suela coincidir en un punto importante: de ella se dijo que no era poetisa, sino poeta, debido a características de su lírica, y de su obra en general, que solían atribuirse a escritores masculinos. La fuerza de sus versos y el tratamiento sobrio de sus emociones la situaban, para sus lectores, junto con los grandes hombres del Romanticismo, lejos del sentimentalismo de sus contemporáneas. Gertrudis aprovecha su calidad “varonil”, huyendo de la habitual discriminación de los círculos literarios que frecuentaba, usando diversos pseudónimos masculinos. De ella dijo su amigo Nicasio Gallego: “Todo en sus cantos es nervioso y varonil; así cuesta trabajo persuadirse que no son obra de un escritor de otro sexo”. Fue Gertrudis una criatura camaleónica, adaptada a su ambiente, a quien la desgracia personal no hizo sino fortalecerse, para terminar convirtiéndose en una de las figuras estrella no sólo de la literatura romántica cubana, sino también de la española.