Si no le suena el nombre de Cecilia Böhl de Faber y Larrea, es posible que le sea más familiar el seudónimo con el que habitualmente escribía: Fernán Caballero. La vida de Cecilia no fue más sosegada que la de las otras escritoras de las que ya hemos hablado: enviudó ni más ni menos que tres veces, vivió en diferentes países (nacida en Suiza, habitó en España, Alemania y Puerto Rico), sin, al parecer, conseguir llegar a aposentarse. Murió en la pobreza, ya que en la Revolución de 1868 perdió lo único que le quedaba, una vivienda cedida por Isabel II, quien la tenía en alta estima.
Con su novela La gaviota, apareció en España el costumbrismo, y traía rumores de lo que estaba por llegar, la novela realista y naturalista, en definitiva, la novela moderna, adornada de prosa romántica. Cecilia bebía de fuentes extranjeras, no en vano podía leer en francés, inglés, alemán e italiano. Su excelente educación, poco habitual (como ya hemos comentado hasta la saciedad) para una mujer de su época, se debía sobre todo a la influencia de sus padres. Su madre era escritora, traductora y anfitriona de una de las tertulias gaditanas más conocidas de su tiempo. Su padre era un gran amante del teatro clásico español, y no puso obstáculos a su hija ni impidió su formación. Cecilia bebió de su amor por los libros, del mismo modo que bebió de su formación tradicional: su novela hace apología de las enseñanzas cristianas y pretende ofrecer moralejas acerca de la resignación cristiana, la caridad y la humildad. Su intención moralista se ve reflejada sobre todo en su relato breve, en sus cuentos pretende analizar los males de su sociedad, ofreciendo soluciones maniqueístas y clásicas, eluyendo, pese a su condición ya revolucionaria de escritora, cualquier tipo de rebelión en sus letras.
Su seudónimo parece responder a una clarísima condición de inferioridad, de mujer que se sabe por debajo de las posibilidades de prestigio de la literatura de su época, de hecho rechaza la Cruz de Leopoldo (por su obra Relaciones Populares), debido a que, según ella, “es una señora y no un hombre”. Todavía no nos queda muy claro si ésta es una reivindicación de individualidad o de inferioridad. En cualquier caso, al hablar de Cecilia Böhl de Faber siempre es interesante contrastar un evidente interés por el pueblo, por la vivencia costumbrista, frente a una educación elitista y tradicional. La práctica de Cecilia es siempre dentro del más estricto catolicismo y de la más estricta moralidad, frente a un materialismo que dominaba la literatura europea y que influye, aun a su pesar, en las obras de su época y, por supuesto, en las suyas. Hablar del XIX español es complejo, pero hablar, en este cabo, de una mujer de educación y comportamiento aristócrata, que intentaba escribir dentro del género de la nueva burguesía y la nueva revolución moral y religiosa, es de una complejidad absoluta. Tomar la pluma siendo del género, la clase y el entorno equivocado es, cuanto menos, atrevido. Aun así, dentro de las limitaciones propias de su formación, se convierte en una de las muy escasas mujeres realistas de nuestro extraño XIX, siempre luchando entre las revelaciones filosóficas y políticas europeas y la realidad conservadora de su época española.
Fernán Caballero