S. V. Naipaul no es un nombre que le resulte familiar a muchos, y sin embargo es una persona que ha hecho bastante por ser conocida. En 2001 Naipaul ganó el Premio Nobel de Literatura, y ha tenido siempre, además, una personalidad polémica y muy pública, como muestra su enfrentamiento durante 15 años con el también escritor Theroux.
Naipaul, de origen indio, nació en Trinidad pero ha vivido la mayor parte de su vida en Gran Bretaña, licenciándose en Oxford y construyendo una sólida carrera como literato de éxito. Pero parece ser que, a pesar de su inmenso talento como autor (Naipaul tiene también en su posesión el premio Booker), sus habilidades sociales pueden ser menos que perfectas.
En una reciente entrevista con La Real Sociedad Geográfica anglosajona, ante la pregunta de si Naipaul consideraba que existiera alguna escritora que estuviese a su altura, el escritor contestó “no lo creo”. A continuación, comenzó a explicar las razones de su afirmación, aduciendo que las mujeres, como escritoras, eran sentimentales y con una perspectiva limitada del mundo. Puso como ejemplo a la que durante años fue su editora, Diana Athill, de quien alabó su gran talento como crítica y editora, y de quien se burló como escritora, definiendo sus escritos como “un montón de tonterías”. Naipaul critica la limitada visión de la mujer, y escoge como ejemplo precisamente a Jane Austen, una mujer que, a pesar de su limitación, obligada, a la vida que ella conocía, la vida doméstica, supo crear literatura trascendente que ha sobrevivido con fuerza a los años, leída y disfrutada tanto por hombres como mujeres. Sin embargo, para Naipaul, se trata de una autora mediocre, irremediablemente perjudicada por el sexo con el que nació.
El problema del asunto Naipaul es que, a pesar de la monstruosidad de su acusación, que una mujer no puede ser equivalente a un hombre a la hora de escribir, tiene dos puntos a su favor. Primero, su desapego por las condiciones sociales y por lo políticamente correcto: hablar de manera tan ridículamente conservadora exige una valentía de la que pocos escritores de éxito pueden vanagloriarse. Y segundo, que la verdad duele; Naipaul tiene una pequeñísima parte de razón: No ha habido una mujer Shakespeare, ni una Tolstoi o Cervantes femenina. Por supuesto, éste es un síntoma más del lamentable estado de la mujer en los últimos siglos. No tener acceso a una educación en condiciones, por ejemplo, durante tantísimo tiempo, es un impedimento que las mujeres de hoy en día intentan compensar con creces. No hay ninguna duda de que con el actual progreso de la mujer la aparición de una Shakespeare es simplemente una cuestión de tiempo, y de que la calidad de las mujeres escritoras ha crecido de manera exponencial en el último siglo. Las palabras de personas como Naipaul son simplemente un triste recuerdo de lo que sigue siendo la postura de tantos lectores que asocian “emocional” con “cursi”, “doméstico” con “trivial” y “femenino” con “extraño”.
V. S. Naipaul