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Enrique VIII, una inagotable fuente de inspiración (I)

AutorGabriella Campbell el 1 de junio de 2011 en Divulgación

Ana bolena

Uno de los géneros que mayor salud goza en estos momentos en el Reino Unido es el histórico. Concretamente, se ha instalado una moda literaria asociada con la época regida por Enrique VIII, ese monarca infame por haber tenido nada más y nada menos que seis esposas.

Para los españoles es también una época de la que se ha escrito largo y tendido, ya que hablamos del imperio en el que no se ponía el sol, aquel apadrinado primero por los Reyes Católicos y después por Carlos I y Felipe II, con hechos tan significativos como la conquista americana o la derrota de la Armada española. La narración que rodea este periodo está llena de imaginación y fantasía, pero también de relatos bien documentados, interesados ante todo en reflejar la realidad de su momento.

Si para los españoles uno de los personajes más evocadores es el de Juana I de Castilla, también conocida como Juana la Loca, como muestra nuestro acervo literario y cinematográfico, los ingleses han demostrado siempre interés por el peculiar carácter de Ana Bolena, la mujer que muchos consideran responsable de la ruptura de Inglaterra con la Iglesia Católica. Aunque se han aportado numerosas razones políticas y culturales para dicho cisma, entre ellos el poder y la influencia que ya tomaban los seguidores de Lutero, parece que fue básicamente el deseo del caprichoso Enrique VIII, que ya había sido amante de la hermana de Ana, María, el que puso la isla en total desorden para poder anular su matrimonio con la española Catalina de Aragón, su primera esposa y madre de su hija María. De haber agachado sumisamente la cabeza y haber aceptado pacíficamente la separación, Catalina habría podido evitar todo el embrollo posterior, pero ésta era, no lo olvidemos, hija nada más y nada menos que de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón, y tía del todopoderoso Carlos I de España y V de Alemania. Además, todas las pruebas apuntan a que Catalina amaba de veras a su marido, y es muy probable que creyese que Ana era simplemente un capricho más de los tantos que Enrique había paseado ya ante sus ojos. La diferencia entre Ana y las demás, sin embargo, era que ésta supo negarle a su soberano su cuerpo hasta que obtuviera su mano en matrimonio. El rey inglés, al que nunca se le había negado nada hasta la fecha, no supo contenerse.

Es una historia llamativa, pasional, que recientemente hemos visto retratada hasta la saciedad, en multitud de obras más o menos novelizadas, más o menos históricas. Por mencionar sólo unas cuantas, ahí tenemos El diario secreto de Ana Bolena, de Robin Maxwell, La otra Bolena, de Philippa Gregory o La reina de la sutilezas de Suzannah Dunn, pero lo cierto es que sobre la figura de Bolena se ha escrito casi ininterrumpidamente desde su muerte. Según la obra, Ana aparece bien como una malévola femme fatale manipuladora, bien como una heroína feminista. A toda esta afición por la figura de Bolena y de sus contemporáneos contribuye, además, la popularidad de la serie televisiva de Los Tudor, que muestra a actores tan conocidos como Jonathan Thys Meyers en el papel de Enrique VIII, o al mismísimo Peter O’Toole interpretando al Papa Pablo III.

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