Cincuenta años después de su muerte a causa de un aneurisma cerebral (concretamente el 1 de julio de 1961), Louis Ferdinand Auguste Destouches, conocido universalmente por su pseudónimo, Céline, sigue siendo denostado por muchos. Más por su vida personal que por su obra, eso sí es cierto, por más que gran parte de ella esté impregnada del antisemitismo que le hizo ser odiado en vida… y todavía medio siglo después de fallecido.
Presionado por diversas asociaciones, entre ellas la FFDJF, una agrupación de hijos de deportados judíos, y su abogado, el popular Serge Klarsfeld, el ministro de Cultura francés, Frédéric Mitterrand, ha descartado a Céline de la lista de homenajes que la República Francesa tenía preparados para este año. Mitterrand ha hecho hincapié, en una declaración pública, en que “el hecho de haber puesto su pluma a disposición de una ideología repugnante (…) no se inscribe en el principio de las celebraciones nacionales”, aunque también recalcó que la importancia de Céline dentro de las letras francesas está fuera de toda duda.
Ambas posturas enfrentadas, la de destacar su calidad como literato y censurar sus opiniones políticas, que le llevaron a ser considerado oficialmente como colaboracionista nazi y condenado a muerte, aunque finalmente se le perdonó, son totalmente lógicas. La importancia de Céline como escritor está fuera de toda duda, siendo, tras Marcel Proust, el autor francés más popular del siglo XX. No cabe duda que su polémica personalidad ayudó a darle un importante empuje a su obra, de la que habría que destacar su novela, Viaje al fin de la noche (Voyage au bout de la nuit, 1932), publicada a principios de la década más convulsa del siglo. En esta novela, de carácter en parte autobiográfico, se nos presenta gran parte de la vida de Ferdinand Bardamu, un personaje que comparte muchas vivencias con el Céline histórico, entre ellas su participación en la I Guerra Mundial, su introducción al mundo de la medicina, etc. Viaje al fin de la noche ha sido referenciada por muchos autores posteriores como una fuente de inspiración, destacando, entre otros, Charles Bukowski, Joseph Heller o Kurt Vonnegut, que reconoció que esta novela fue esencial para Palm Sunday, una obra recopilatoria de historias cortas, ensayos, cartas, etc.
No habrá, pues, homenaje para Céline en 2011. Y, una vez más, la polémica está servida. Después de todo, por mucho que nos repugne la militancia política del autor, ¿no es censurable que se le nieguen sus méritos literarios hasta el punto de forzar a las autoridades de su país a no incluirlo en una lista de personalidades a homenajear muchas de las cuales, qué duda cabe, tuvieron un talento muy inferior al del autor nacido en Courbevoie?
Louis Ferdinand Céline
Viaje al fin de la noche