Pese a estar ya bien entrado el siglo XX, en lo que se refiere a la novela histórica seguía estando anclada en un modelo decimonónico y no se había abierto a la modernidad que comenzaba a sacudir los cimientos de la literatura. Es posible que la primera obra en tratar la independencia que se saliera de los cánones habituales hasta el momento fuera la novela de Alejo Carpentier El reino de este mundo, en 1949. Carpentier utiliza técnicas propias del surrealismo para crear un mundo «real-maravilloso» a través del cual cuenta una historia dentro de la revolución de Haití, una de las más importantes del Caribe y que asustó a EEUU y Europa al ser una «revuelta de esclavos».
Hay que esperar unos cuantos años antes de llegar a uno de los fenómenos más importantes dentro de la literatura latinoamericana que ha sido llamada la Nueva Novela Histórica. Aunque la idea venía de algunos años antes, parece ser que fue acuñada en 1981 durante el análisis de obras como Terra Nostra de Carlos Fuentes y Yo el Supremo, de Augusto Roa Bastos. Este fenómeno no fue tratado de manera crítica hasta 1993. De esta época habría que destacar títulos como El mar de las lentejas (1979) del cubano Antonio Benítez Rojo, La guerra del fin del mundo (1981) del peruano Mario Vargas Llosa, El general en su laberinto (1989), de Gabriel García Márquez, Los perros del paraíso (1983) del argentino Abel Posse o Noticias del Imperio (1989) del mexicano Fernando del Paso.
Esta Nueva Novela Histórica se aleja ya de manera definitiva de la crónica o la loa, incluso, en muchas ocasiones, de la exactitud histórica a la hora de contar las historias, capaces de deformar la realidad a su alrededor para encontrar su propio camino. También se empieza a usar personajes históricos como personajes novelizados dentro de la narración, algo que no se había hecho con tanta libertad hasta el momento.
Así pues, durante los últimos treinta años la novela histórica se aleja del mito e incorpora a la narrativa todo tipo de elementos, buscando en ocasiones la excelencia literaria pero también, en ocasiones, el mero entretenimiento o hasta incluso la hagiografía de algunos personajes en busca de réditos políticos.
Tras esta introducción sobre la evolución hasta la actualidad de la novela y de la concepción de la independencia en muchos países podemos pasar a comentar algunos aspectos de la literatura y el bicentenario, teniendo en cuenta también no sólo la novela histórica sino también el ensayo, tanto histórico como político, que ha proliferado en los últimos años a medida que crecía el interés general por fechas tan importantes como las que acabamos de pasar. Hay que tener en cuenta también que no sólo hablamos de literatura para adultos, también en el ámbito de la literatura infantil y juvenil -sobre todo en esta última- se han publicado algunos títulos reseñables.
Por poner algunos ejemplos de este tipo de literatura, entre lo divulgativo y lo histórico, entre el ocio y la enseñanza, habría que nombrar obras como El fantasma de las invasiones inglesas, de Claudio Piñeiro, Bolonqui, de Leonardo Oyola, El rastro de la canela, de Liliana Bodoc o El pan de la serpiente, de Norma Huidoboro.
Pero veamos otros ejemplos. Sobre los héroes de la independencia, sus líderes, se han escrito ríos de tinta. Hoy por hoy podríamos recomendar títulos como Los libertadores, de Robert Harvey, o Los libertadores de América, de Felipe Pigna. En ambos casos se habla de la trayectoria de estos líderes, la mayoría de ellos formados en España, y su papel como motores de la revolución.
Si hay una figura clave en la independencia de América esa es la de Simón Bolívar, así que tenemos disponible una gran cantidad de biografías que hablan de su vida y de sus milagros. Las últimas en salir al mercado han sido las escritas por John Lynch y Mario Hernández, junto con la reedición de El insomnio de Bolívar, de Jorge Volpi. Lynch también ha publicado una biografía de José de San Martín, pieza clave en la independencia de Chile y del Perú.
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