Ana María Matute es la nueva ganadora del Premio Cervantes 2010, preciado galardón de las letras españolas que ya poseen autores como Juan Marsé, Antonio Gamoneda, José Emilio Pachecho o Sergio Pitol. Desde 1992, cuando fue para Dulce María Loynaz, que una mujer no conseguía este reconocimiento.
Ya en los últimos años su nombre se daba por uno de los favoritos y este año es sin duda el que más se ha visto escrito por los mentideros de Internet. Y es que Ana María Matute se merecía, en mi opinión, este premio hacía ya algunos años: pocos autores pueden arrogarse una mayor implicación en el mundo de las letras como esta escritora barcelonesa que ya cuenta con casi todo el resto de premios habidos y por haber, como el Nadal, el Planeta, el Nacional de la Crítica, el Quijote o el Nacional de las Letras Españolas.
Tanto con sus libros para adultos como con sus relatos infantiles y juveniles, Ana María Matute ha conseguido ser una referencia necesaria en la literatura contemporánea española. Puede que parezca un cliché, pero Olvidado Rey Gudú me parece una obra necesaria para cualquiera que piense siquiera en aprender a escribir, no sólo literatura juvenil o fantástica, sino simple literatura.
Este año Destino acaba de editar La puerta de la luna, una antología de cuentos completos que se presenta con estas sugerentes palabras:
Pocas cosas existen tan cargadas de magia como las palabras de un cuento. Ese cuento breve, lleno de sugerencias, dueño de un extraño poder que arrebata y pone alas hacia mundos donde no existen ni el suelo ni el cielo. Los cuentos representan uno de los aspectos más inolvidables e intensos de la primera infancia. Todos los niños del mundo han escuchado cuentos. Ese cuento que no debe escribirse y lleva de voz en voz paisajes y figuras, movidos más por la imaginación del oyente que por la palabra del narrador.
Hace poco, en una entrevista, Matute comentaba que «Un premio no hace a un escritor, hace lectores». Es cierto que la proyección que un Cervantes, como un Nobel, da a la obra de un autor es tan grande que muchos lectores indecisos acabarán enfrentados a sus palabras. En su caso, por fortuna, no saldrán defraudados.