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Lecturas no tan infantiles

AutorGabriella Campbell el 6 de noviembre de 2010 en Divulgación

Der Struwwelpeter

Como ya hemos hablado en otras ocasiones en este blog, hoy en día la literatura infantil y juvenil se ha vuelto, afortunadamente, bastante menos conservadora y moralista de lo que era antaño. Muchos libros dirigidos a adolescentes no temen incluir temas como el sexo, la violencia, las drogas o la muerte, como si el afán educativo se hubiese vuelto más realista y se diese cuenta de que es necesario tratar temas más cercanos al presente y a la situación posible de cualquier persona joven. Incluso los libros para niños comienzan a tratar temas socialmente candentes, como determinadas enfermedades o el problema de la discriminación racial o sexual. Sin embargo, ninguno de estos libros, de claridad cristalina, puede compararse con aquellas obras que, tal vez por su carácter sutil y difuso, repleto de símbolos, nos aterrorizaron, preocuparon o sencillamente incomodaron de pequeños, ya sea por las propias características de la obra, o porque se trataba de obras dirigidas a un público más adulto. Así, no me cabe la menor duda de que no fue muy acertado por mi parte leer Rebelión en la granja con doce años, o incluso la explícita La rata con quince, pero ninguno de ellos me provocó tanta inquietud como las obras de Hans Christian Andersen o incluso de Lewis Carroll. El “que le corten la cabeza” de la Reina Roja todavía me produce escalofríos, y algunas obras de Andersen que Disney y coetáneos se han encargado de dulcificar, como La sirenita o La reina de las nieves, son auténticos relatos de terror. Posiblemente, lo más cruel de Andersen era su intención moralizante, en La niña que pisó el pan, el autor danés presenta a una chiquilla que sufre los más elaborados tormentos como castigo a su soberbia, ya que pisa una hogaza de pan que ha tirado en un charco para no mancharse sus zapatos nuevos. Otra historia de este tipo, Los zapatos rojos, vuelve a purgar el pecado de una joven que se ha encaprichado de unos zapatos mágicos que no paran de bailar. El tormento de la protagonista, que llega a suplicar que le corten los pies con un hacha para poder dejar de danzar, es imaginativo y malévolo. Con todo, el lenguaje de Andersen es claro y sus propuestas quedan expuestas, tal vez el maleficio de Lewis Carroll se manifiesta en un lenguaje ambiguo y elevado, en el que los niños lectores se pierden y aturden. La moraleja perversa de Andersen recuerda a otro libro que marcó la infancia de tantos niños, Der Struwwelpeter, un compendio alemán de relatos ejemplarizantes donde los niños sufrían todo tipo de torturas por actos considerados perniciosos como, por ejemplo, chuparse el pulgar. Personalmente, me resultaría difícil decir qué me produjo más pavor durante mi infancia, si La doncella de hielo de Andersen, donde la fijación del autor escandinavo por el frío se traduce en la figura de una especie de sirena fatal de las profundidades glaciares, o el misterioso gato Cheshire, con su inconfundible sonrisa y palabras misteriosas. Seguramente, mucho más que la inmoralidad de los cerdos de Orwell.

A todo esto se une, por supuesto, el maestro del terror adolescente, Stephen King, que supo tocar la fibra sensible de tantos con obras como It o Christine, lo que explicaría la animadversión de tantos adultos de cierta edad hacia los payasos en general, o por qué a veces nos parece ver una sonrisa demoníaca en el frontal de un coche. Desde luego, a cada lector le afecta particularmente una serie de temas, una serie de cualidades. Y a ti, ¿cuál fue el libro que te quitó el sueño de niño?

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