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La asombrosa vida de Roald Dahl

AutorGabriella Campbell el 29 de agosto de 2010 en Divulgación

Charlie y la fábrica de chocolate

Muchos conoceréis el nombre de Roald Dahl, posiblemente por sus libros infantiles, posiblemente por las adaptaciones cinematográficas que se han realizado de ellos. Seguramente su obra más famosa es Charlie y la fábrica de chocolate, que tuvo su segunda y más reciente versión en Hollywood con un espléndido Johnny Depp caracterizado como protagonista de esta bizarra historia. Seguro que también os suenan otros títulos, como Mathilda, James y el melocotón gigante o Las brujas. Cualquiera que haya leído sus obras infantiles se habrá percatado del tenebroso tono amargo que inunda sus narraciones aparentemente inocentes, y cualquiera que haya leído sus obras para adultos habrá reparado en la crueldad que suele estar presente en ellas. Teniendo en cuenta el concepto fatalista que tenía Dahl de la vida en general, y su propia experiencia en ella, esto no es de extrañar.

Una reciente biografía, de la mano de su amigo Daniel Sturrock, se ha ganado a pulso el título de “biografía definitiva” de este genial autor anglosajón. En ésta se narran las peripecias de un Dahl aventurero, que fue espía y piloto; de un Dahl mujeriego, que mantuvo relaciones con innumerables bellezas de Hollywood y miembros de la alta sociedad estadounidense; y finalmente, de un Dahl padre de familia. Es en esta última fase de su vida en la que toman forma los demonios y los malos presentimientos del escritor, que comienzan con el terrible accidente de su tercer vástago, su primer hijo varón, que con menos de un año fue atropellado en una calle céntrica de Nueva York, y que recibió severos daños craneales que no hacían más que remitir y poner su vida en peligro una y otra vez. El propio Dahl, agente activo luchador contra su propio destino, fue quien salvó a su hijo, creando, con la ayuda de un ingeniero amigo de la familia y de un psiquiatra pionero, un tubo especial y revolucionario que conseguía desviar el líquido acumulado en la cabeza de su hijo hacia el corazón (ya existían tubos de este tipo, pero se obstruían frecuentemente, lo que obligaba a los médicos a operar al niño repetidamente). Lamentablemente no pudo hacer lo mismo por su hija Olivia, quien falleció poco tiempo después debido a una rara complicación tras un caso aparentemente inocuo de sarampión. Dahl había vacunado a su hijo contra el sarampión (o más bien le había inoculado una sustancia de efectos similares a la vacuna del sarampión, que no estuvo disponible al público en general hasta 1963), pero no se había molestado en hacerlo con sus hijas, ya que los médicos aconsejaban que los niños sanos la pasasen. Evidentemente Dahl se culpó siempre de la muerte de Olivia.

Y cuando la situación parecía no poder ponerse peor, la esposa de Dahl, la conocida actriz Patricia Neal, sufrió un terrible infarto que la dejó en un estado lamentable, sin apenas poder hablar o moverse. Dahl se convirtió en un gran tirano que no la dejó compadecerse ni por un momento; temiendo un estado depresivo en Pamela, la obligó a trabajar de manera imparable en su recuperación, algo que consiguió en un tiempo casi milagroso gracias a múltiples métodos draconianos. Roald sabía que la muerte y la tragedia lo acechaban, pero no pensaba rendirse ante ella, y fue esta gloriosa aceptación de lo terrible lo que se insinuó, una y otra vez, en sus textos, incluso en aquellos dirigidos hacia los más pequeños.

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