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El nombre de la rosa: Best-Seller con múltiples lecturas

AutorVíctor Miguel Gallardo el 12 de julio de 2010 en Divulgación

Nombre rosa

Seamos sinceros: no es común que público y crítica coincidan en sus gustos. Novelas que en los últimos veinte años se han convertido en auténticos superventas, convirtiéndose en fenómenos mediáticos, han sido vilipendiadas por la prensa especializada o, en el mejor de los casos, ignoradas sistemáticamente. Los pilares de la tierra, de Ken Follett, ha sido acusada de ser demasiado efectista (los consabidos cliffhangers constantes en cada final de capítulo no son del gusto de la crítica, aunque el público los adore en literatura, cine y televisión); El código Da Vinci, de Dan Brown, de no ser congruente y de tener una prosa simplista; la saga Harry Potter, de J. K. Rowling, de no ser original y de estar basada en otros libros que no acredita; la saga Crepúsculo, en fin, de ser una literatura juvenil de muy baja calidad. El público, no obstante, no atiende a estas razones, y todos estos libros y series de libros se convirtieron en su día en auténticos movimientos de masas. Algunos lo siguen siendo. Han sido adaptados al cine (la obra de Ken Follett es la excepción, por ahora), han hecho correr ríos de tinta en prensa especializada (o no), Internet, etc., y han pasado a formar parte del imaginario popular actual. Le guste o no a los críticos.

No es habitual, por tanto, que crítica y público coincidan. La novela El perfume, de Patrick Süskind, publicada en 1985, lo consiguió parcialmente, aunque no ha estado exenta de malas críticas. Críticas que, en cualquier caso, no fueron unánimes. Nada comparable, desde luego, al gran best-seller bien valorado por la crítica por excelencia de los últimos años, El nombre de la rosa, del italiano Umberto Eco. Esta novela, publicada en 1980, sigue, treinta años después de su publicación, estando de actualidad. Dudo mucho, por ejemplo, que los libros de la saga Crepúsculo vayan a perdurar tanto en el tiempo: Eco, que más que escritor es un teórico literario, escribió una obra que está más allá de modas pasajeras (en el caso mencionado, los populares vampiros), y construyó una novela casi redonda en la que, según el lector, se habla de una cosa… o de otra totalmente distinta.

Para el lector menos ducho, El nombre de la rosa es una novela detectivesca ambientada en la Edad Media. Esto es indudablemente cierto: la trama de la novela, en la que Guillermo de Baskerville y su inseparable Adso de Melk se introducen en una abadía italiana plagada de misterios, no tiene nada que envidiarle a algunas de las novelas más lúcidas de este género. Guillermo de Baskerville no es, evidentemente, más que un proto-detective, dado el contexto histórico, pero se reconocen en él muchos rasgos que luego encontraremos en los grandes referentes literarios de este tipo de literatura.

Nombre rosa

Pero El nombre de la rosa es mucho más, y al menos hay que mencionar otras dos lecturas diferentes alejadas del género detectivesco. En primer lugar, la novela es un pequeño tratado sobre la religiosidad de la época que hace especialmente hincapié en los movimientos heréticos que, aparecidos desde el mismísimo interior de la Iglesia Romana, se expandieron por gran parte de Occidente, convirtiéndose en todo un problema para el Papado debido a que su diferente concepción del cristianismo, seguramente más cercana a la de los primeros cristianos que a la del poder eclesiástico medieval, amenazaba con poner en jaque a la supremacía espiritual del Santo Padre en vastas extensiones de tierra por toda Europa.

Una tercera lectura se puede extraer de la novela: Umberto Eco, tras actuar como novelista en cuanto a la trama y como historiador y sociólogo en cuanto al contexto, no puede sino introducir elementos propios de la disciplina de la que es especialista, la semiótica, en el desarrollo de los acontecimientos. Desde el mismo título, muy significativo, Eco deja bien clara su intención de no elaborar una novela al uso, plana y sin sustancia, y durante cientos de páginas nos sumerge en un lenguaje polisémico, repleto de imágenes sensoriales e intelectuales. Asimismo, se adentra en los símbolos propios de la cultura de la época, heredera de la Antigüedad Clásica (aunque a alguno de los personajes de la novela esto no les resulte adecuado). Estamos ante una novela que es un tres en uno, lo que permite que sea releída una y otra vez hasta conseguir desvelar todos los misterios que contiene, lo que seguramente explique su inmensa e incansable popularidad.

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