Es bastante frecuente, al hablar del público lector, no tener en cuenta algunos de los géneros que tienen mayor trascendencia. Así, la fantasía épica y la ciencia ficción reciben un trato algo minoritario por parte de críticos y analistas, a pesar de tratarse del tipo de literatura más consumido en la adolescencia, por ejemplo. Lo mismo ocurre con el cómic.
No sólo estoy hablando del cómic estadounidense de superhéroes, ese formato a lo Marvel o DC que tanto ha popularizado el cine, habitualmente asociado a lectores jóvenes (si bien grandes como Alan Moore o Frank Miller han hecho, gracias también a las adaptaciones cinematográficas, que el género se entienda también como un placer adulto). Hablo de un formato que mueve millones (y que mueve a millones). Estoy hablando del manga.
En España es común denominar otaku a una persona aficionada al manga y a sus versiones para televisión y cine, sin embargo en Japón, productor mangaka por excelencia (aunque China y Corea copan cada vez más mercado), esta denominación tiene connotaciones despectivas, refiriéndose a una persona demasiado aficionada al manga y al anime, una especie de obseso de estos productos, derivados y similares. Éste sería el caso extremo, ya que en Japón la lectura del manga está muy generalizada, y existe todo un surtido de géneros según la temática y el público objetivo del manga, que puede estar orientado a colectivos muy específicos, como por ejemplo el manga para chicas pre-adolescentes. No hay límite de edad para el manga, y éste goza de la misma aceptación que para nosotros tiene cualquier best-seller, convirtiéndose sus más conocidos autores en auténticas estrellas.
En la actualidad existe una comunidad extensa internacional que disfruta también del manga. No se trata de un producto que abunde en países occidentales, a los que se exportan los títulos más populares, muchas veces conocidos por sus adaptaciones para televisión, así que los aficionados necesitan otra manera de acceder a sus lecturas favoritas. Aquí entran los scanlators, personas que se dedican a escanear los mangas originales y traducirlos a otros idiomas (evidentemente, suelen ser traducciones al inglés), para después subir los resultados en formato digital a la web. De esta manera se han hecho tremendamente populares páginas web como mangafox o onemanga, que se dedican a reunir y categorizar por géneros todos estos escaneados dispersos por la red.
El problema surge inevitablemente debido al choque cultural y las diferencias legales entre Japón y otros países. Por supuesto, dentro del manga hay un género específico pornográfico, el hentai, además de otro género límite, no necesariamente pornográfico pero siempre adulto y tratando temas de violencia o erotismo, conocido como ecchi. Hasta aquí bien, después de todo la web ofrece este tipo de contenidos para mayores en muchos idiomas y países. La complicación aparece con lo que en el manga se conoce como Shotacon y como Lolicon, dos géneros que suelen erotizar a niños. En estos géneros aparecen relaciones entre personas adultas y personas menores de edad, más o menos explícitas. La cultura del manga de por sí tiende a infantilizar a muchos de sus protagonistas (su estética general de grandes ojos y personajes hipersensibles hace que muchos de éstos parezcan menores de lo que se supone que son), pero con el shota (donde los protagonistas son niños) y el loli (donde son niñas), da un paso más. Hay quien argumenta que esto no tiene nada de pernicioso, ya que no se está haciendo daño a ningún niño, y que estas publicaciones pueden servir como vía de escape legal a personas con inclinaciones pedófilas, pero ésta es la argumentación minoritaria. Desconozco cuál es la postura oficial de Japón frente a este tipo de publicación pero es obvio que para el occidental medio se trata de algo, cuanto menos, escandaloso.
Y así se lo ha parecido a Google Adsense, que, tras recibir una carta de queja de un usuario que comentaba que las páginas de scanlators contenían material de este tipo, ha amenazado con retirar su publicidad a este tipo de páginas si no eliminaban este contenido de sus servidores (la política de Google no admite anuncios en páginas de contenido adulto). Así, a páginas como Mangafox, que subsisten gracias a la publicidad de Google, les ha faltado tiempo para borrar dichas categorías, hasta el punto de que la empresa dueña de ésta, NOEZ, lo hizo sin avisar siquiera a los propios administradores de la página. En un ejercicio de pánico absoluto, no se han limitado a eliminar lo referente al shota y al loli, sino también al yaoi (homosexualidad masculina), yuri (homosexualidad femenina), ecchi y cualquier cosa que sonara a adulto. Aunque ya se han recuperado algunas de las categorías, y sigue siendo posible acceder a otras a través de etiquetas y otros trucos, es de lógica que la comunidad de amantes del manga no esté contenta (sobre todo una turba furiosa e inmensa de mujeres amantes del tremendamente popular yaoi). La polémica continúa, y quién sabe cómo terminará. Lo que queda claro, por encima de consideraciones morales o legales, es que siguen siendo los grandes distribuidores de publicidad los que mandan en la World Wide Web, como en tantos otros medios de comunicación.
Alan Moore