Con la Feria del Libro de Madrid llegan los primeros calores, los best sellers del año, las recomendaciones, las sorpresas literarias, casi siempre agradables,… pero también llegan otros no tan bienvenidos en las casetas de la feria, los ladrones de libros. No se trata ya de un lector sin dinero que no puede resistir la tentación de apropiarse de un libro que no es suyo, si no de verdaderos saqueadores que revenden los tomos a otras librerías o puestos callejeros, perdiendo así, una cierta aura romántica del tipo de “cultura libre“. Esta tendencia a disociar la literatura del negocio se da, sobre todo, en la poesía. Se ve que si un poeta no se muere de hambre no puede escribir bien y no van a ser ellos los que estropeen el genio creador pagando por un libro o, peor aun, haciendo que un editor recupere el dinero que ha invertido. Por que si el poeta ha de pasar hambre, el editor ha de trabajar por amor al arte y perder dinero en cada edición, que si no, no eres lo suficientemente maldito; igual colocando un cartel con un lema tipo “el autor/editor se gastará lo que gane en vino“, tampoco le va a dar para más, sería un buen repelente para este tipo de ladrones.
Además de la poesía, los best sellers son los grandes afectados por los robos. La fácil reventa, por un lado, y el abusivo precio, por otro, son los factores principales, aunque el hecho de encontrarte montones de los mismo en cualquier sitio también es un punto a tener en cuenta. Este año parece que una de las editoriales más afectadas está siendo Acantilado, editorial que cuenta con un catálogo muy atractivo -con autores como David Monteagudo, Péter Esterházy o Bernard Quiriny, junto a las más tradicionales Tusquets y Anagrama.
Tenemos al ladrón que roba poesía, al saqueador que revende su botín y al no profesionalizado que, si bien no roba para revender, sí lo hace de manera habitual en librerías y llega a la feria con todos los trucos aprendidos. Hay que pensar que por mucha seguridad que se ponga una caseta es mucho más accesible que una librería y que hay gente que no puede evitar la tentación de llevarse lo último de Reverte gratuitamente; para que luego digan que leer educa.
Vía: El País