Justo en estas fechas, en las que el eterno conflicto en Oriente Medio parece peor que nunca, no puede pasar desapercibido el gesto que significa otorgar el Premio Príncipe de Asturias de las Letras a un autor como Amin Maalouf.
Nacido en Beirut en 1949 pero de vida francesa -reside en París desde hace más de treinta años- Maalouf ya había cosechado grandes premios -el Goncourt, sin ir más lejos-, y sus novelas, sin ser unos best-sellers, son siempre esperadas por una legión de seguidores en todo el mundo.
La primera vez que leí algo de Maalouf no fue una novela, fue su ensayo de Las cruzadas vistas por los árabes, una lectura recomendada mientras estudiaba Historia del Islam. La visión de Maalouf, aplicada a ese ensayo, pero que se puede extrapolar al resto de su obra, nos lleva a un hombre que no ha perdido de vista sus orígenes ni su cultura, pero que no puede evitar ser crítico con el mundo actual y su violencia y falta de comunicación.
Es posible que su obra más conocida en España sea León el Africano, ya que su protagonista Hasan Bin Muhammed pasa sus aventuras y desventuras en la Granada ya de los Reyes Católicos, aunque Alianza acaba de publicar -y reeditar- varios de sus mejores títulos, como Orígenes, Los jardines de luz, El viaje de Baldassare o, hablando de su obra ensayística y de opinión, El desajuste del mundo.
Un Premio Príncipe de Asturias merecido para una figura literaria firme en sus ideas y genial en su prosa, aunque desde Lecturalia esperábamos que este año fuera el de Ana María Matute.