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La historiadora, de Elizabeth Kostova

AutorGabriella Campbell el 17 de abril de 2010 en Reseñas

La historiadora

Uno de los principios necesarios de la crítica responsable es huir de la valoración más o menos subjetiva y centrarse en el análisis productivo de una obra. Es posible que esto parta de la suposición de que el crítico se encuentra con una obra con un mínimo de calidad, que ha superado un filtro editorial y que se presenta al gran público superados unos requisitos básicos. Sin embargo, a veces el lector se encuentra con una obra, sea esta novela, ensayo, relato o compendio de aforismos, cuyo análisis se ve impedido, una y otra vez, por diversas circunstancias: un ritmo pobre, desigual; unos personajes planos que evitan de manera continua la identificación con el lector; la introducción de una serie de tópicos repetitivos; la imposibilidad de un pacto narrativo por la escasa credibilidad del argumento y de su desarrollo o (y ésta seguramente será la peor) el simple y llano aburrimiento. Cuando estas circunstancias se dan en un superventas como ha sido La historiadora de Elizabeth Kostova, uno no puede dejar de plantearse si es verdad aquello de que toda lectura es buena.

La trama de Kostova, autora obviamente apasionada por, valga la redundancia, la historia, gira en torno a la figura del príncipe Vlad el Empalador, comúnmente conocido como Drácula. A través de una serie de recursos retorcidos y poco prácticos, una serie de personajes comienza a investigar a esta figura y a sospechar que el temible Tepes siga vivo y rondando por el mundo. La trama de la novela se ayuda del manido sistema de describir la acción a través de cartas y documentos pseudohistóricos, que se entremezcla con una narración más o menos lineal que repite, de manera ardua, aquello que ya nos han dado a entender dichos documentos. La historiadora es, sin duda, una de esas obras que presupone que el lector es falto de entendederas, ya que la repetición se convierte en uno de sus recursos más comunes. Por otro lado, la autora parece gozar de las descripciones topográficas, lo cual se agradecería si no fueran insulsas y superfluas. Su empeño en usar metáforas muertas y su amor por los tópicos llega a su culmen en el párrafo en el que una habitación se nos describe como “desnuda”, para pasar a continuación a enumerar los numerosos muebles y adornos que llenaban la habitación. Kostova cae, una y otra vez, en ese gran sinsentido narrativo que es el de instruir al lector qué debe sentir, en vez de sugerirlo con las acciones y el comportamiento de los personajes. Una y otra vez se nos recuerda que los personajes sienten miedo, pero no sabemos muy bien por qué: constantemente les invaden temores sin fundamento ni razón. Se nos indica que la figura de Drácula y de sus secuaces es temible, pero no entendemos muy bien qué tienen de espantosos. La autora olvida que el hecho de indicarle a su lector “ahora es el momento en el que debes tener miedo” no suele funcionar para insuflar terror en su corazón.

Empalando

Constantemente se nos recuerda que Drácula es malo, muy malo, malísimo, pero más allá de sus crímenes históricos no entendemos muy bien qué es aquello tan terrible a lo que se dedica, ya que el pobre no-muerto se limita a coleccionar libros y a secuestrar (¡oh, el horror!) a eruditos amantes de los libros para que (¡qué tortura!) le ayuden a organizar su espléndida biblioteca. Por supuesto no pueden faltar numerosos deus ex machina aparecidos de la nada y cuya existencia y función se nos explican en apresuradas y escasas líneas, mientras que se dedican extensos párrafos y capítulos a un simple paseo de camino a un monasterio. Las habilidades de intriga de la autora pueden recordar a un mal planteado episodio de la serie CSI, en el que tres cuartas partes de su duración se dedican a plantear el misterio y sus pistas, y en el que se resuelve el asesinato de forma rapidísima e incoherente, con la intención de que el espectador no tenga tiempo de pararse a pensar que dicha resolución, realmente, no tiene sentido.

El éxito de ventas de una novela puede deberse a una excelente campaña de promoción, a una gran calidad literaria o a un uso adecuado de la intriga que impulse al lector a tomar el libro para no soltarlo. Como, a mi juicio, la obra no cumple con ninguno de los tres requisitos, animo a aquellos que han leído La historiadora de Elizabeth Kostova y la han disfrutado a que comenten este artículo, señalando qué aspectos de la obra encuentran interesantes y qué les ha animado a leerla. Si a alguien, como a mí, le ha parecido que los árboles talados para imprimir este libro no merecían una muerte tan poco digna, le animo también a que exprese su parecer.

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