Tenemos la tendencia, y ese “tenemos” no es casual pues me declaro culpable del mismo error, a considerar al estadounidense medio como un absoluto inepto devorador de hamburguesas y cerveza, con sobrepeso, coche mucho más potente de lo que realmente necesita y conocimientos generales poco menos que escasos. Del mismo modo, para muchos de nosotros son habituales las referencias que hacen hincapié en que en California abundan las rubias siliconadas, que en Salt Lake City los mormones tienen todos varias esposas, que todos los negros de Detroit saben jugar bien al baloncesto y, desde luego, que para ser escritor en Estados Unidos hay que vivir en Rhode Island, Maine o algún otro estado que seguramente no sabemos situar con exactitud en un mapa pero que nos trae recuerdos lejanos de colonos del Mayflower con cara bobalicona y quema de brujas.
Uno de los estereotipos más repetidos hasta la saciedad es que los estadounidenses no tienen la menor idea de historia o geografía mundial. Hace poco, releyendo un cómic del genial dibujante Miguelanxo Prado, me topé con una historia en la que un grupo de marines arrasan Venecia al confundirla con Irán. Los propios estadounidenses también juegan con este tópico: en series de televisión como Will y Grace o Friends fue algo habitual el que los protagonistas localizaran Guatemala en África o España en Sudamérica. Pero ¿son todos los estadounidenses como Grace o Joey?
La respuesta a esta pregunta es de perogrullo: obviamente no. La verdadera cuestión es esta: ¿los españoles o latinoamericanos tienen mayores conocimiento de historia y geografía mundiales que los estadounidenses por término medio? No sé si a alguien se le habrá ocurrido hacer un estudio serio y entre iguales, teniendo en cuenta las evidentes diferencias socioeconómicas entre, por ejemplo, un neoyorquino de clase media, un madrileño de clase baja y un rioplatense potentado. Durante la Segunda Guerra Mundial un estudio “demostró” que los soldados estadounidenses de raza negra tenían una inteligencia inferior a sus iguales de raza blanca. No era así, no se tuvo en cuenta la realidad de una época: ¿cómo podía sacar un chico negro mejor nota en un examen de conocimientos generales que uno de su misma edad, blanco, que sí había podido cursar estudios secundarios?
Que un estadounidense no sepa quién fue Napoleón o que no pueda situar correctamente las capitales europeas no es algo sorprendente. En España tampoco sabemos mucho de los Libertadores americanos (al igual que allí, supongo, tampoco se interesarán demasiado por los reyes godos). A los chinos la guerra franco-prusiana les debería ser tan desconocida como a un francés la era Meiji japonesa o a un australiano la historia de la fundación de la Confederación Helvética. Es todo un problema de perspectiva, de educación y de prioridades. La máxima de “primero lo nuestro” no es exclusiva de los Estados Unidos de América: en la propia España ya estamos asistiendo, dentro de la secundaria, a auténticas purgas de información (se borra Franco o se borra la República, por poner un ejemplo) dependiendo del signo del gobierno autonómico de turno. No es lo lógico pero es lo corriente. No podemos criticar a un californiano por no saber ubicar España si nosotros mismos no sabemos ubicar California. Quid pro quo.
Para paliar un poco el déficit de información sobre la historia de los Estados Unidos que muchos tenemos, limitado a cuatro referencias históricas mal contadas vistas una y otra vez en televisión y cine, o leídas de refilón en el best-seller de turno, nada mejor que acercarse a este estupendo ensayo histórico del autor Maldwyn A. Jones. Lejos de ser tan sólo un manual, Jones nos expone de forma clara y amena los hitos más importantes de la historia de su país desde su fundación (incluyendo el contexto en que se fundaron las trece colonias) hasta el año 1992.
Ignoro si habrá una nueva versión incluyendo las dos últimas décadas, pero serían de agradecer un puñado de palabras lúcidas al respecto de este reputado historiador estadounidense.
Maldwyn Jones
Historia de los Estados Unidos