Ahora que ya ha pasado el día de Navidad y poco a poco nos preparamos para dejar atrás el año, me gustaría hablaros de un cuento de navidad posiblemente muy diferente a los que estamos acostumbrados a escuchar en esta época del año.
Porque, ¿cuántas historias de paz y amor hemos escuchado estos días? Decenas, cuando no más, bonitos relatos destinados a rellenarnos el corazón con el plumón de la conciencia y la paz y hacerlo un poco más calentito en estos días en los que el frío y la soledad nos pueden constipar el alma.
El viejo Scrooge que anida en mi interior se rebela un tanto incómodo ante tanto aparente amor y serenidad que nos rodea y nos llena de honda satisfacción. Las historias ahí fuera, sobre todo en esta latitud y longitud, son, estos días, heladas y poco halagüeñas. Así que me pregunté qué tipo de cuento de navidad podría pegar bien con esta sociedad nuestra, con estos días extraños de aviones varados y turrones de sabores exóticos. Quería un cuento de calle, un cuento diferente, un cuento que despellejara la realidad con un cuchillo afilado, que nos enseñara la verdadera medida de un milagro auténtico.
Sólo una persona ha sido capaz de escribir un relato como el que buscaba: William Burroughs, el maldito, el visionario y el perdido. Burroughs había estado en el infierno mucho antes de escribir La navidad de un yonki, así que no es de extrañar que sea capaz de dotar de una emoción mágica a la historia más triste que recuerdo en años.
Publicado por primera vez en la revista Interzone, podemos ver un corto narrado por el propio Burroughs, una animación producida por Francis Ford Coppola y que es una pequeña joya para darnos un coscorrón navideño y despertarnos del sopor entre comida y copa de cava.
William Burroughs