El próximo mes de enero se cumplirán cincuenta años de la muerte, a causa de un accidente de tráfico, del escritor francés Albert Camus. Entre los diferentes actos que se organizarán en 2010 el presidente de la República Francesa, Nicolás Sarkozy, está empeñado en trasladar los restos de Camus al Panteón de París, magnífico ejemplo de templo neoclásico en el que descansan los restos de otros ilustres escritores como Emile Zola o Víctor Hugo, entre otras figuras destacadas. Este gesto de reconocimiento podría ser el acto central de las conmemoraciones en recuerdo de Albert Camus, pero está encontrando algunos problemas.
Los hijos del escritor de El extranjero no acaban de ver claro este traslado. Según Jean Camus el origen humilde de su padre y la reivindicación a través de su obra de aquellos que no tienen voz estaría en contradicción con la presencia de sus restos en el Panteón, así como la parafernalia del mismo homenaje. Otro punto en contra sería la apropiación por parte de Sarkozy de la figura de Camus, aunque, como señala Jean Camus, nadie recuerda qué presidente decidió sobre los restos de Zola; también es cierto que pocos presidentes ha tenido Francia tan dados al espectáculo.
El debate, al menos, está sirviendo para preparar lo que será un año dedicado a la memoria y reconocimiento de uno de los mejores escritores que ha dado Francia durante el siglo XX. Albert Camus nació en 1913 en la entonces francesa Argelia, escenario de varias de sus novelas. Su figura va más allá de la literatura, colaborador de la Resistencia francesa durante la ocupación alemana, activista de izquierdas, fue un intelectual comprometido que no rehusaba el enfrentamiento ideológico y sus obras transmiten su perplejidad ante lo absurdo del comportamiento humano. Así, una de sus obras más conocidas, La peste, refleja magníficamente el auge del fascismo en la Europa de entreguerras.