Un fantasma recorre Europa, el fantasma de la revolución. Pero no la del proletariado, ni la de la telefonía móvil, ni la de los chiquiprecios. Es la revolución de la clase media.
Ballard, ese gran genio que nos deslumbró con El imperio del sol y personalmente me convirtió en devota de su santidad al escribir Supercannes, esa fabulosa distopía hiperrealista del cinismo humano, consiguió con Milenio negro ser políticamente muy incorrecto, al ofrecernos la visión del terrorismo en su forma más peligrosa: el terrorismo de los hipotecados compradores de Mercedes, con hijos en colegios privados. La angustia de la clase media profesional, con estudios universitarios, con 1,2 hijos por familia y una renta per cápita que les permite acudir a cócteles pero no pagar las letras del coche, acaba estallando en el pequeño entorno residencial de Chelsea Marina, donde los habitantes salen a las calles a protestar por todas las trampas que les impone la sociedad en la que habitan y en la que, además, son mayoría. Rehuyendo del consumismo sin sentido, los abusos inmobiliarios y las ataduras del ocio predeterminado, las teorías de su líder, el Dr. Richard Gould, adoptan cada vez posturas más extremas y violentas, consiguiendo introducir al protagonista, David Markham (y a la vez, al incauto lector), en supuestos sociales que llegarán, hasta cierto punto, a justificar el terrorismo más absurdo y sin sentido. Ballard, con su excelente prosa y estilo personal, definió con pinceladas pequeñas y eficaces a todos sus personajes (destaca sobre todo el contraste entre los actantes femeninos principales: la esposa de Markham, con su minusvalía psicosomática; y la amante de éste, líder de las manifestaciones y diosa del sexo), retuerce la trama a su antojo, juega con los principios morales de su lector y describe a la perfección los entornos urbanos y suburbanos que tan familiares nos resultan. La obra es un estudio en profundidad de lo que realmente significa hoy en día formar parte de la clase media, trabajar en el sector servicios y engrasar, día tras día, las ruedas de la maquinaria capitalista. Basándose en un elemento unificador, la muerte de la ex-esposa del protagonista en una explosión en el aeropuerto de Heathrow (incidente, por desgracia, demasiado cercano a la realidad), la historia se teje desde diferentes perspectivas que enfocan a éste y lo obligan a decidirse por una causa: la de la nueva revolución.
Es una gran lástima, entonces, que toda esta magnificencia se vea atacada por un defecto apenas perdonable, el hecho de que la trama en sí sea de escaso interés. En efecto, la lectura es tediosa, falta de empuje y la intriga adolece del mortal peligro de aburrir, por mucho que el autor pretenda engancharnos con su particular whodunnit(1), en el que lo de menos es el autor del asesinato y lo de más es la reflexión acerca del crimen mismo. También es digno de mención que en la traducción se pierden múltiples guiños a la cultura anglosajona, expuesta y parodiada (pero con un clarísimo afecto) una y otra vez. Milenio negro está lejos de compararse con obras brillantes como Noches de cocaína pero, pese a estas notas negativas, la obra sigue siendo altamente recomendable, aunque sólo sea para hacer tambalearse durante unos momentos nuestras concepciones y fundamentos acerca del orden social y personal.
(1) Término anglosajón que se refiere al tipo de texto, normalmente policíaco o de misterio, que se centra en el suspense originado por el intento de averiguar quién ha cometido el crimen alrededor del cual gira la narración.
James Graham Ballard
Milenio Negro