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Un culebrón universitario

AutorGabriella Campbell el 22 de agosto de 2009 en Noticias

Walcott

Suele decirse que un gran escritor va siempre acompañado de un gran ego. Si bien esta afirmación no es siempre cierta, todos tenemos en mente a algún que otro autor inflado, polémico y destructivo que gusta de aparecer en medios de comunicación a diestro y siniestro, ahogando de insultos al rival más cercano. Determinados escritores no gozan de simpatía generalizada por su personalidad controvertida, y más de un lector se habrá sentido decepcionado, tras leer una obra magnífica, al ver al autor de ésta entrevistado en televisión o en su periódico de cabecera, provocando una subida en el precio del pan con cada palabra surgida de su boca augusta.

Pero no sólo en los mass media cuecen habas. Ese lugar reverenciado y respetado, la universidad, el centro del saber, ha sido testigo de más de una riña monstruosa; donde aquellos que deberían ser ejemplo de civismo y de profesionalidad se comportan a veces con el saber hacer de un niño de cinco años. El caso reciente más importante ha sido, sin duda, el de la pelea entre titanes por una de las posiciones más prestigiosas del mundo universitario: la cátedra de poesía de la Universidad de Oxford. Derek Walcott, premio Nobel de Literatura y uno de los dramaturgos y poetas más importantes de nuestro tiempo, se vio obligado a renunciar a la cátedra tras una intensa campaña anónima de desacreditación en su contra que sacaba a la luz las acusaciones por acoso sexual que sufrió el escritor santaluciano en dos ocasiones, una de una alumna suya de Harvard, y otra de parte de una alumna de Boston. El autor retiró su candidatura, siendo el favorito para obtener la cátedra, tras la divulgación de estas acusaciones a la prensa amarilla y a los propios miembros docentes del departamento de literatura de Oxford. De esta forma, Ruth Padel, de 63 años, obtuvo la cátedra, convirtiéndose en la primera mujer en ocupar este puesto. Padel expresó su desánimo por la retirada de Walcott, tachando la jugarreta anónima como de mal gusto y cruel. Sin embargo, su actitud duró poco, unas semanas más tarde se vio obligada ella misma a renunciar al puesto, ya que salió a la luz que la responsable de esta campaña de vilipendio era ella misma. Padel expresó que había actuado “por el bien de los estudiantes”, y que no había proporcionado ninguna información que no fuera del dominio público. Las propias acusaciones de las alumnas son de hace unos treinta años, la primera resultó en una reprimenda por parte de Harvard, y la segunda se resolvió fuera de juicio. La segunda chica llegó a enviar una carta abierta a Oxford en la que solicitaba que se dejara a un lado la vida personal de Walcott y se centrara la competición en los méritos literarios y profesionales de éste, asegurando que “no es una mala persona, tal vez demasiado apasionado”. Ninguna de estas acusaciones ha sido probada, pero la presunción de inocencia, obviamente, queda descartada en una carrera agresiva, pública y sucia hacia uno de los grandes honores de la Literatura (así, con mayúscula); cierto es que Walcott siempre ha gozado de fama de “apasionado”, pero Padel abandona la carrera con el cartel de mentirosa.

Por supuesto en España también disfrutamos de las justas universitarias entre profesores prestigiosos que desempeñan también función autorial (o de autores prestigiosos que desempeñan función docente, nunca queda muy claro). Muchos recuerdan las famosas acusaciones de Luis García Montero hacia José Antonio Fortes en El País, por las que la facultad de Filosofía y Letras hervía más de lo acostumbrado de broncas, enfrentamientos y uso frecuente de la palabra “fascista”. La postura política de Fortes, y la implicación de dicha postura en su visión de Federico García Lorca y de otros poetas del 27 y de la postguerra le hizo merecedor de una larga lista de improperios públicos por parte de García Montero, quien se vio obligado a enfrentarse a las consecuencias legales. El tema levantó ampollas entre defensores de un lado y otro. Aun siendo licenciada por esta misma facultad, y conocedora de algunas de las disputas que en ésta llevan años fraguándose, no voy a decantarme públicamente por un lado u otro, pero sí afirmaré que, tanto en el caso de la polémica granadina como en la oxfordiana, sólo una frase se me viene a la cabeza: “¿Pero nosotros no veníamos aquí para aprender?

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