El término Ciencia Ficción es posiblemente uno de los estigmas más dolorosos que se puede imponer a fuego en los lomos (literarios) de algunos autores de renombre. La existencia de una ciencia ficción pulp con mucho éxito popular, de escasa calidad y muchas veces en el límite de las reglas ortográficas, ha condicionado toda aquella novela que pudiera entrar en el enorme cul-de-sac en que el término del género se ha convertido.
Así pues, con la sacrosanta regla genérica en la mano, es ciencia ficción La mano izquierda de la Oscuridad y la novela romántica de viajes en el tiempo El highlander inmortal, siendo posiblemente los dos libros más diferentes que se pudieran comparar. Así, para muchos escritores, y editores asustadizos, el hecho de escribir ciencia ficción era, instantáneamente, pasar a escribir novelas sobre dinosaurios parlantes del espacio exterior que acosan a amazonas de abundantes pechos enamoradas de viajeros nazis del espacio.
De esa forma surgió el extraño concepto de “lo mío no es ciencia ficción, que es mala, lo mío es otra cosa igual que la ciencia ficción, pero en bueno”. Agarrados a ese paradigma como a una biblia frente a una horda de vampiros sedientos de sangre, nos encontramos a algunos excelentes escritores de nuestro tiempo.
Primo Levi, por ejemplo, publicó un libro de cuentos de literatura fantástica, me atrevería a decir que varios de ellos entran dentro de la ciencia-ficción, bajo el seudónimo de Damiano Malabaila. Al parecer, un superviviente de un campo de concentración no podía escribir sobre cosas imaginarias, eso le restaría validez a su testimonio sobre los campos, al parecer. Según él no era ciencia ficción “si por ciencia ficción se entiende futurismo, la fantasía futurista barata. Estas historias son más posibles que muchas otras”. Vamos, que es lo mismo que decir que no es ciencia ficción si la ciencia ficción es un gamusino verde borracho dentro de un saco de arpillera.
Otra gran escritora de nuestro tiempo que se tiró al monte armada de un fusil para defenderse de los aficionados de ciencia ficción que se atrevieron a premiarla con el Arthur C. Clarke y nominarla al Premio Nébula, es Margaret Atwood, que llegó a declararse ofendida por considerar su obra como ciencia ficción, una obra, El cuento de la criada, distópica de connotaciones sociales en la línea de muchas otras obras -buenas obras- de género. Del mismo modo que Levi, opinaba que si la ciencia ficción era “calamares hablando en el espacio” su obra no era ciencia ficción. A la anterior comparación anterior del gamusino verde me remito.
En dirección contraria, sin frenos y tocando el claxón para que Levi y Atwood se aparten del camino, tenemos a la Premio Nobel Doriss Lessing, autora de una serie de novelas de ciencia ficción (Canopus en Argos) a la que no le duelen prendas en reconocer que lo suyo era ciencia ficción de verdad y que dentro del género se encuentran algunas de las obras sobre la sociedad moderna más interesantes. Lástima que la incursión de Lessing en el género sea menor en su carrera. (Diablos, el libro de Atwood es mucho mejor que los de Lessing)
¿Qué tenemos más? Una novela de corte post-apocalíptico como La carretera de Cormac McCarthy tampoco entraba en el género. Vaya. Nunca me abandones, de Ishiguro, tampoco. ¿Por? Porque el concepto de lo que es la ciencia ficción se reduce de nuevo a la literatura pulp y al cine para adolescentes. Y entonces claro, si eso es cf, lo suyo no lo es, de ninguna de las maneras.
Después de todo, también es cierto, ¿acaso tiene alguna importancia? Puede que sólo para los que no se indignan cuando les conceden algún premio de nombre ignoto y entienden que la literatura sólo debería dividirse entre buena y mala, y que todo lo demás, como se suele decir, es tontería.