Ayer mismo, pero en 1655 moría el auténtico y verdadero Cyrano, cuyo nombre completo era Hercule-Savinien de Cyrano de Bergerac.
Con este escritor del siglo XVII ha pasado algo muy curioso, ya que la obra de Edmond Rostand, levemente biográfica, logró tal éxito que sus constantes adaptaciones al cine, y a otros medios: hasta una ópera, han conseguido que el personaje de Cyrano pase de real a imaginario, siguiendo el sentido contrario de otros mitos que primero se inventan y luego se confunden con la realidad.
Pero Cyrano de Bergerac existió y fue, es cierto, gran escritor, poeta, soldado, burlón, arrogante, hábil con la espada, aficionado a los duelos y poseedor de una nariz con personalidad abundante. De su obra como escritor, fue prolífico y ecléctico. De él se dice que es un pionero de la ciencia ficción, por su obra sobre cómo viajó a la luna y lo que allí encontró, aunque también cultivó la sátira feroz, la comedia y hasta la filosofía natural.
Sin embargo, la obra de Rostan lo eclipsó todo, como su nariz. Y para muestra, un botón, un fragmento de Cyrano que me encanta. Un duelo por narices a verso afilado.
Pueden decirse muchas más cosas sobre mi nariz variando el tono. Por ejemplo, agresivo: «Si tuviese una nariz semejante, caballero, me la cortaría al momento»; amigable; « ¿Cómo bebéis; metiendo la nariz en la taza o con la ayuda de un embudo?»; descriptivo; « ¡Es una roca… un pico… un cabo…! ¿Qué digo un cabo?… ¡es toda una península!»; curioso; «¿De qué os sirve esa nariz?, ¿de escritorio o guardáis en ella las tijeras?»; gracioso; «¿Tanto amáis a los pájaros que os preocupáis de ponerles esa alcándara para que se posen?»; truculento; «Cuando fumáis y el humo del tabaco sale por esa chimenea… ¿no gritan los vecinos; ¡fuego!, ¡fuego!?»; prevenido; «Tened mucho cuidado, porque ese peso os hará dar de narices contra el suelo», tierno; «Por favor, colocaros una sombrilla para que el sol no la marchite»; pedante; «Sólo un animal, al que Aristóteles llama hipocampelefantocamelos, tuvo debajo de la frente tanta carne y tanto hueso»; galante: «¿Qué hay, amigo? Ese garfio… ¿está de moda? Debe ser muy cómodo para colgar el sombrero»; enfático: «¡Oh, magistral nariz!, ¡ningún viento logrará resfriarte!»; dramático; « ¡Es el mar Rojo cuando sangra!»; admirativo; « ¡Qué maravilla para un perfumista!»; lírico; «Vuestra nariz… ¿es una concha? ¿Sois vos un tritón?»; sencillo; «¿Cuándo se puede visitar ese monumento?»; respetuoso; Permitidme, caballero, que os felicite; ¡eso es lo que se llama tener una personalidad!»; campestre; ¿Que es eso una nariz?… ¿Cree usted que soy tan tonto?… ¡Es un nabo gigante o un melón pequeño!»; militar: «Apuntad con ese cañón a la caballería!»; práctico: «Si os admitiesen en la lotería, sería el premio gordo». Y para terminar, parodiando los lamentos de Píramo: « ¡Infeliz nariz, que destrozas la armonía del rostro de tu dueño!» Todo esto, poco más, es lo que hubierais dicho si tuvieseis ingenio o algunas letras. Pero de aquél no tenéis ni un átomo y de letras únicamente las cinco que forman la palabra «tonto».
Edmond Rostand
Cyrano de Bergerac