Para muchos lectores la función del traductor es aparentemente transparente. Es una figura en la que no se suelen fijar ya que asocian libro y lenguaje sin pensar demasiado en que alguien ha pasado por el medio reescribiendo la novela que disfrutan mientras toman el sol en la playa o tratan de conciliar el sueño en la cama.
Pero los traductores, sobre todo aquellos dedicados a la novela de ficción, son uno de los sectores profesionales más importantes y a la vez peor tratados del mundo editorial. Dejando a un lado los problemas que aparecen cuando editoriales sin demasiada profesionalidad contratan a recién licenciados en filología con precios ridículos que revientan el mercado, lo que luego lleva a que los correctores de estilo -cuando los hay- se vuelvan locos tratando de que los textos tengan sentido, nos encontramos con los problemas que encuentran los traductores para cobrar los derechos de autor derivados de sus traducciones, sobre todo cuando estas pertenecen a libros que han llegado a convertirse en Best-Sellers.
Leo en Público varios ejemplos que parecen sangrantes: ¿Quién se ha llevado mi queso? es un libro de motivación para ejecutivos -lo que los americanos llaman un airport-book, ya que el grueso de sus ventas se suele dar en las librerías de las terminales, por el que su traductora, Montserrat Gugui, tuvo que pelear, incluso con problemas de “traducción fantasma” por el medio, para poder cobrar la parte que le correspondía.
Peor caso fue el problema de Matilde Horne, traductora del El Señor de los Anillos y que con la venta de Minotauro a Planeta sufrió un injusto olvido. Afortunadamente, pudo recibir el dinero que le correspondía, de forma tardía, eso sí, ya que falleció poco después.
En la editorial Almuzara tampoco se libran y la ACETT, donde están asociados muchos traductores, señala que mantienen una situación irregular con varios traductores. Destaca el problema de Chris Stewart, autor de Entre limones, que declara no ha percibido nada por un libro que ha vendido más de 250.000 ejemplares.
La situación del traductor viene marcada, como ya he comentado antes, por un intrusismo que no sólo llega a los recién licenciados que ven la oportunidad de ganarse algo de dinero rápido, también existe el llamado “Mirlo Blanco” o “M.Blanco” con el que se fusilan traducciones o se firman verdaderas aberraciones lingüisticas. El problema es el de siempre, una buena traducción lleva un precio que muchos no están dispuestos a pagar. Así salen algunos libros, en teoría avalados por excelentes editoriales, llenos de incorrecciones y faltas.
Chris Stewart