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Kazuo Ishiguro: La roca negra

AutorGabriella Campbell el 19 de julio de 2009 en Divulgación

Ishiguro

Cualquiera que siga la trayectoria del escritor Kazuo Ishiguro seguramente convendrá en dos puntos fundamentales: Primero, que ninguno de sus libros se parece a otro; y segundo, que ninguno de sus libros deja al lector indiferente. Si alguien tomara, por ejemplo, Los restos del día y Nunca me abandones, sin fijarse en la portada, nunca sabría que son obras del mismo escritor. El estilo pausado, elaborado y elegante de la primera nada tiene que ver con el estilo fluido, rápido y coloquial de la segunda.

No se trata de que Ishiguro cree libros diferentes para esconderse, ni para ser original. Se trata más bien de que estamos ante un autor que posee una habilidad extraordinaria para crear narradores y personajes. Tanto, que cada narrador/personaje, al ser absolutamente complejo, domina un tono de voz único y propio, que por ende será muy distinto al de cualquier otro. Así, el mayordomo Stevens de Los restos del día dispone de una voz múltiple, difícil, enrevesada, como cualquier ser humano; una voz realizada a base de estructurar capa de sentido sobre capa de sentido, hasta completar un retrato autodescriptivo de una personalidad hipnótica, al igual que Kathy en Nunca me abandones. Así, aunque ambas voces son distintas, su elaboración detallista y minuciosa es la misma: no es que el autor utilice estilos diferentes, sino que las voces narradoras son diferentes, como corresponde a un texto de calidad. Y calidad es algo que a Ishiguro le sobra: la mayoría de los escritores son como muchos músicos, después del one hit wonder llega la repetición, el uso y abuso del mismo esquema, en definitiva el “si funciona no lo toques”. Lo que hace que Ishiguro trascienda esta producción masiva de novelas y discos prefabricados es su extraordinaria competencia como demiurgo, su asombrosa capacidad de arquitecto invisible. Porque, y tal vez aquí encontremos la piedra angular de su narración, la mano del autor no está presente. El ego del escritor está ausente, el escritor no existe. Sabemos que alguien ha ordenado las palabras y dispuesto los signos de puntuación, pero sólo lo sabemos en teoría: en la práctica no hay ninguna pista que nos lo demuestre. Para nosotros sólo existe un narrador/personaje envolvente que insiste, suplicando nuestra atención: es imposible negar la atracción, y ante todo es imposible no empatizar, no sentirse identificado con esta voz, por extraña que pueda parecer en principio, porque, si bien no podremos empatizar con el contexto, ninguna de las sensaciones nos es desconocida. Esta intensiva evaluación de la psique humana es un factor primordial para los que niegan que Nunca me abandones sea una obra de ciencia ficción, ya que anteponen su brillantez psicologista a los elementos presentes tradicionalmente asociados al género especulativo. Su pertenencia o no a este género es otra cuestión que merecería un artículo (o varios) aparte, pero lo que es indiscutible es que es difícil encontrar un lector que haya conseguido mantener los ojos secos tras leer la obra, lo que nos prueba dos aspectos excelsos del acervo literario de Ishiguro: su capacidad de crear perspectivas magnéticas; y su capacidad de construir finales que sean a la vez satisfactorios e incompletos.

Restos del día

A pesar de tener apellido japonés, Ishiguro no es Murakami, ni Tanizaki, no crea personajes hieráticos ni cree en el destino. En Los inconsolables, la frustración que nos acompaña en la lectura se debe a que en parte, como con todos sus narradores, hemos estado allí, sabemos de qué habla el protagonista, entendemos su urgencia y su ansiedad, aunque no entendamos en absoluto el contexto. Ishiguro nos demuestra que el porqué, el dónde y el cuándo son meras comparsas innecesarias. Los elementos surrealistas no se explican, no son objeto de investigación ni de asombro, sólo son objetos decorativos. Y fiel a su educación occidental, nos presenta con pinceladas de maestro el libre albedrío, por el que la tragedia del personaje es que elige mal, o decide no elegir; frente a la tragedia del personaje que se ve arrastrado a su suerte, el personaje de Ishiguro (cuyo apellido en caracteres significa “roca” y “negro”) se decide, resoluto, a crear su propia suerte, y fracasa, feliz, grandiosa y maravillosamente, en el intento.

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