Todos conocemos cuentos de hadas, leyendas populares que creemos apropiadas para contar a nuestros hijos o sobrinos. Lo cierto es que no está nada claro su origen y las versiones que tenemos en la cabeza son mucho más edulcoradas que las versiones con las que fueron recopiladas por primera vez y no digamos con la crueles originales.
Los cuentos de hadas forman parte de la tradición popular, con elementos que nos pueden mostrar detalles de la cultura de un pueblo de una forma detallada y concisa. Lo cierto es que muchos de los cuentos que conocemos hoy en día tienen un origen desconocido, ya que distintas versiones de las mismas historias pueden escucharse desde la India hasta Escocia.
Frente a las leyendas o mitos, los cuentos de hadas -donde, aunque parezca extraño, apenas aparecen hadas– mantienen una narración más compleja y llena de detalles. También es cierto que a partir de que la tradición oral es fijada por los grandes compiladores, como Andersen, los hermanos Grimm, Perrault o Basile, los cuentos quedan atrapados en un momento histórico concreto y no evolucionan, excepto, y es mi opinión, si consideramos las leyendas urbanas como los nuevos cuentos de hadas.
Hay que tener en cuenta también que los cuentos de hadas encierran una cierta rebeldía: suelen ser historias narradas por mujeres para mujeres en una época en que el rol femenino estaba muy limitado en la sociedad. Las moralejas edificantes son añadidos que poco a poco se van instaurando en los cuentos. Además, los cuentos son propiedad del pueblo frente a las élites intelectuales: se enfrentan historias con estructuras medievales a la literatura de imitación clásica que era la predominante.
Como ya he dicho, los cuentos de hadas que recordamos quizá no son los que contamos alegremente. Por ejemplo, si pensamos en Caperucita Roja mucha gente suele olvidar ciertos detalles. Cuando el lobo se come a Caperucita y a su abuela aparece el leñador quien, con unas tijeras, le abre la panza al lobo para rescatar a las mujeres. Luego, Caperucita rellena al lobo de piedras, lo cose y dejan que se arrastre hasta que el leñador lo mata a hachazos y lo despelleja. La verdad, yo ahí estoy con el lobo. También hay una versión en la que Caperucita se mete en la cama con el lobo y le dice algo así como “Caray, abuelita, que brazos más fuertes tienes” y el lobo responde “Para abrazarte mejor…” Dejémoslo ahí.
Existen más ejemplos, como el que cuenta que La Bella Durmiente no es despertada por un beso casto y puro por parte de su príncipe azul, sino que el despertar corresponde a una actividad física mucho más movida e interesante. Qué motivos llevan al príncipe a practicarla con una joven en apariencia muerta no se nos desvelan.
Por último, uno de mis favoritos: La reina en el cuento de Blancanieves baila hasta la muerte con los pies enfundados en unos zapatos de hierro calentados al rojo vivo. Creo recordar que eso no sale en la versión de Disney.
Así son los cuentos de hadas en su origen: crueles como cruel era la sociedad en la que se crearon, pensando más en la supervivencia que en el entretenimiento.