Después de leer La reina en el palacio de las corrientes de aire, me viene a la cabeza la inmortal frase de Ladrillo en la película Snatch: Cerdos y diamantes.
¿Sabes lo que significa némesis? Una justa aplicación de retribución llevada a cabo por un agente apropiado. Personificado en este caso por un cabrón… yo.
En el último libro de la trilogía Millenium hay mucho de justa retribución llevada a cabo de manera apropiada, si es que la manera apropiada es la que entiende Larsson, es decir: pura violencia y venganza justificada por la histórica violencia machista.
Lo cierto es que digan lo que digan algunos políticos en los últimos días -me pregunto si alguno se ha leído el libro o simplemente aprovechan el tirón populista del best seller-, a Larsson se le va mano con los personajes femeninos. Se pueden dividir en aquellos que adoptan roles masculinos o los que directamente usan la violencia de manera directa. Es cierto que el personaje de Salander ha sufrido más allá de lo imaginable y ha acabado como una sociópata, pero Larsson, enamorado del personaje que ha creado, acaba de nuevo dotándola de inimaginables poderes.
En La reina en el palacio… encontramos a Salander aislada en el hospital mientras trata de recuperarse del tiro en la cabeza que casi acaba con su vida, mientras, Zalachenko, su malvado padre, se recupera del hachazo en la cabeza a escasos veinte metros de distancia. Como en el primero de los libros, es Mikael Blomkvist quien lleva la mayor parte de la acción durante el libro, ahondando más en la parte conspirativa y llevando la historia hacia el terreno de la novela de espionaje.
A mi entender es ahí donde Larsson se equivoca. Durante gran parte del libro -alargando de forma interminable el segundo acto de la historia- nos desgrana la gran conspiración creada alrededor del viejo desertor soviético dentro de la Sapö, el servicio de inteligencia Sueco, al mismo tiempo que intenta crear una tensión alrededor de la estabilidad constitucional de su país, cosa que, en mi caso, no consigue que me crea. Además, ya desde el principio va marcando perfectamente por dónde va a circular la historia del juicio a Salander. Desde que entran en el tribunal no hay un sólo giro, altibajo o contratiempo. Los hombres malos son muy malos y muy tontos, las mujeres buenas son muy buenas y muy listas.
Este maniqueísmo en el que las acciones de justa retribución abundan cada cierto rato acaban por convertirse en exageradas. Como si la única solución a la violencia contra las mujeres fuera que estas cogieran una porra extensible y calentaran los lomos a todos aquellos que se pasaran de la raya. Larsson es un buen populista, es cierto que como lector a mi también me dan ganas de darles con la porra a la caterva de anormales que retrata, pero juega con esa idea para que ninguna acción tenga su consecuencia.
No podía faltar un par de escenas de acción por parte de Salander en las que de nuevo se muestra rápida y letal, pero la verdad es que Larsson quizá peca de visual, de utilizar un lenguaje demasiado peliculero -que no cinematográfico- a la hora de describir los enfrentamientos.
En definitiva, un buen libro de género con sus momentos flojos -en más de 800 páginas, como para no tenerlos- que en mi opinión mejora La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, y que se convierte en un libro fácil de leer y muy entretenido. Ideal para aquellos que disfrutaron con las dos anteriores entregas y quieran pasar un verano tranquilo leyendo sobre las aventuras y desventuras de Lisbeth Salander.
Stieg Larsson
La reina en el palacio de las corrientes de aire