Algunos de nuestros escritores más competentes (por poner sólo dos ejemplos yo mencionaría a Fernando Lalana y Jordi Sierra i Fabra) se dedican especialmente a la literatura infantil y juvenil. Tampoco conviene olvidarse del caso de Carlos Ruiz Zafón, que ahora es uno de los escritores más vendidos del mundo con libros “adultos” pero que, en la década de los 90, nos regaló algunas novelas juveniles maravillosas (nunca me cansaré de recomendar El Príncipe de la niebla).
Para los escritores de género fantástico, por otra parte, la literatura juvenil les permite ofrecer todo su ingenio e imaginación sin tener que soportar las cortapisas que el mercado impone a la fantasía para adultos. En el autor de La cosecha de Samhein, José Antonio Cotrina, convergen estos dos puntos: es un escritor de género fantástico que ahora escribe novela juvenil y, por añadidura, es un creador hábil y un elocuente contador de historias.
La cosecha de Samhein es el primer libro de una trilogía denominada Ciclo de la Luna Roja, y en ella se nos presentan a los personajes de la saga. Los protagonistas son adolescentes de ambos sexos (esto es una constante en este tipo de literatura por razones más que obvias) que son transportados a un mundo extraño y mágico en el que, literalmente, lo van a pasar francamente mal. Hay que hacer notar que, a primera vista, cientos de libros podrían resumirse con estas líneas, algo que el propio Cotrina señala por boca del protagonista principal durante el comienzo del libro, haciendo un guiño al lector y riéndose él mismo de los lugares comunes del género. Lo que es innegable es que la trama de esta novela, que no es menester mencionar siquiera pues gran parte del valor del libro reside en ir descubriéndola, cumple su función de forma más que sobrada: entretiene, engancha y te hace viajar a Rocavarancolia (la ciudad mágica en donde transcurre la acción) como si tú mismo fueras uno más de la docena de chicos y chicas protagonistas.
Hablando de Rocavarancolia, hay que decir que ella misma se convierte en un personaje más, algo que seguramente Cotrina tuvo en mente desde un principio. Dejando a un lado a la ciudad en sí, y a los chicos y chicas protagonistas (cuyas personalidades están bastante bien reflejadas aunque a veces sus comportamientos no sean muy realistas), hay que destacar a los secundarios, personajes que viven en Rocavarancolia y que, a buen seguro, ganarán más protagonismo en próximas entregas. Yo destacaría a Dama Serena, una fantasma con un más que interesante trasfondo personal, al demiurgo Denéstor Tul (el mismo que se encargó de llevar a los niños a la ciudad) y, por encima de todos, Mistral, un personaje que, si bien no aparece como tal hasta el final de la novela, está siempre más que presente.
Resumiendo, una novela juvenil más que recomendable, muy bien planteada y llevada a cabo, divertida (a ratos), desasosegante (casi siempre), cruel y sorprendente. Este último epíteto no es gratuito: el lector cometerá un error si, durante la lectura, da por supuesto cualquier dato que el autor nos deslice. Cotrina maneja las trampas narrativas a la perfección, y las vueltas de tuerca, que las hay y muchas, realmente desconciertan. Para bien.
La cosecha de Samhein