No es novedad encontrarse con ciertas orejeras selectivas en la prensa escrita de este país, pero a veces llama la atención la deliberada manipulación de la información que, encima, han preparado otros.
Hace pocos días salía un pequeño reportaje en el New York Times, donde se analizaba el repunte de copias digitales en la red sin el correspondiente permiso de autores o editores. También se hablaba de sitios como Scribd, donde, por el momento, el control de dichas obra no es tan eficiente como debería. Para ilustrar el caso se toman unas declaraciones de Ursula K. Le Guin, muy indignada -que la autora de Los desposeídos se altere por infracciones menores de copyright es para estudiarlo- y del presidente de la Asociación Americana de Autores de Ciencia Ficción -uno de los grupos más beligerantes frente a la copia digital- en la que arrimaba, como es lógico y normal, el ascua a su sardina de derechos. Hasta ahí todo normal. La situación del e-book es delicada y el mundo editorial no quiere caer en el error de la industria de la música y ser demonizada por los internautas, sin apenas capacidad para convencer a los usuarios de que pagar por el libro electrónico se convertirá en un acto normal y corriente. Que no se hable de otros errores como el DRM y el precio inicial de los e-books ya es otra cuestión, pero eso ya es cosa del que hace la entrevista y el entrevistador.
Lo que me indigna un poco es que en algunos grandes diarios terminen su noticia ahí. Titulan con “La piratería”, terminan con “La piratería”. En el artículo del New York Times se acaba con la opinión de Cory Doctorow, un autor que se cuela en las listas de más vendidos en Estados Unidos y que ofrece, al mismo tiempo que el libro en papel, una copia digital completamente gratuita.
Para Doctorow,
Pienso que mi problema no es la piratería. Es la oscuridad.
¿Tanto costaba mostrar el lado normal de la evolución tecnológica y un uso racional de los recursos de la red? Se ve que el martillo de la criminalización de cualquier iniciativa que no se corresponda con el copyright tradicional ha comenzado incluso antes de que dispongamos de lectores (e-readers) a precios asequibles. Las políticas dictadas por el miedo al cambio siempre fracasan, eso es algo que la industria editorial sí tendría que haber aprendido de la de la música.