Al hilo del discurso de Murakami al recibir el Premio Jerusalén, habría que aplaudir al premio Nobel de literatura Orhan Pamuk por comportarse como lo hace. Ser un escritor de fama internacional, con una voz que es escuchada y reflejada en cientos de medios de comunicación conlleva una responsabilidad, una actitud ética. Los hay, claro, que prefieren lanzarse a la demagogia y a los canapés -en España tendríamos buenos ejemplos de ambos-, sin mojarse de verdad con las situaciones que realmente importan.
En el caso de Pamuk, ha denunciado en varias ocasiones el genocidio armenio y kurdo que se ha llevado a cabo en Turquía desde principios del siglo XX. Esa situación, más de treinta mil kurdos y un millón -sí, lo repito un millón– de armenios han sido asesinados, es una de las vergüenzas nacionales que Turquía no está dispuesta a admitir.
En 2005 Pamuk fue enjuiciado por “insulto contra la identidad turca” al hacer las siguientes declaraciones:
Treinta mil kurdos y un millón de armenios han sido asesinados en Turquía. Nadie se atreve a mencionarlo. Por eso yo lo digo
Ahora, pese a la absolución del primer proceso, un juzgado está preparando una nueva causa contra el único premio Nobel turco, por decir en voz alta lo que muchos turcos callan. Un atentado contra la libertad de expresión y una buena muestra de la necesidad de que los escritores devuelvan a la sociedad parte de lo que reciben de ella.