La segunda entrega de las aventuras de Mikael Blomkvist y Lisbeth Salander cambia el esquema que Larsson había preparado en su primera novela, Los hombres que no amaban a las mujeres. En esta ocasión, Lisbeth Salander pasa a ocupar muchísimo más protagonismo, convirtiéndose a la vez en caso investigado e investigadora.
Los aciertos de La chica que soñaba… son parecidos a los de su primer libro. El tono periodístico y rápido, la estructura casi cinematográfica, el salto continuo entre personajes y su estructura lineal dota al libro de una fluidez vertiginosa. Al contrario que en Los hombres… aquí Larsson no se detiene demasiado en la presentación de personajes, es un trabajo que ya tenía casi hecho y, si acaso, se permite ahondar en los rasgos que ya presentaban los protagonistas en el libro anterior.
Por desgracia, parece que los personajes secundarios pierden fuelle, tienen menos cancha que antes. Los nuevos, sobre todo el grupo policial, están un poco desdibujados e incluso algunos parecen meros estereotipos que Larsson mueve a su antojo, aunque quizás tenga esa impresión al compararlos con las historias de Kurt Wallander. El boxeador retirado y el gigante rubio son, sin duda, las dos incorporaciones estrella a la historia, aunque sean personajes casi ajenos a la realidad.
Con esto también quiero decir que ese detallismo social que Larsson presentaba en Los hombres… se pierde un poco diluido en la historia que, sin embargo, es más interesante que la anterior y que, además, depende de muchos menos golpes de efecto inexplicables para avanzar de manera correcta.
Mikael Blomkvist también ve reducido su papel en manos de la verdadera protagonista, Lisbeth Salander que, si ya en Los hombres… era un personaje rayano en lo increíble por sus dotes informáticas, en La chica que soñaba… llega a permitirse el lujo de mandar al hospital a moteros peligrosos tras una lucha cuerpo a cuerpo. De todas formas, la cantidad de información sobre el personaje aumenta de manera exponencial, dotándole de más trasfondo a la vez que la hace incluso más increíble.
De nuevo nos enfrentamos a un libro con más aciertos que defectos y que se lee de un tirón. En algunos momentos se alarga demasiado con sus historias sobre Salander, pero que mantiene el interés hasta el final y deja con ganas de saber cómo será su próxima entrega.
Stieg Larsson