Hace tiempo que muchos aficionados al cine, entre los cuales me incluyo, consideran al paulista Fernando Meirelles como uno de los directores más importantes de lo que va de siglo XXI, lo cual es todo un mérito teniendo en cuenta que, en lo que iba de milenio, sólo habían visto la luz dos largometrajes y un puñado de trabajos para televisión. No importa: cuando alguien es capaz de filmar dos joyas del cine contemporáneo como Ciudad de Dios (Cidade de Deus, 2002) o El jardinero fiel (The Constant Gardener, 2005), intachables en sus respectivas ejecuciones, no parece arriesgado que un observador incauto (por ejemplo, yo) pueda llegar a afirmar que Meirelles es algo más que un director prometedor.
Tampoco sería justo, por otra parte, llamar “prometedor” a un cineasta de más de cincuenta años por muy con cuentagotas que nos hayan llegado sus trabajos.
Estos dos trabajos mencionados de Meirelles son, asimismo, adaptaciones de sendas novelas: Ciudad de Dios de Paulo Lins; El jardinero fiel de John Le Carré. Paulo Lins fue un muchacho que creció en la favela que da nombre a novela y película, y poco a poco se ha ido convirtiendo en una de las voces que, desde su literatura (de primera mano, ya que habla de lo que vivió en aquel suburbio de Río de Janeiro), más ha denunciado la extrema pobreza, marginación social y crimen que azota a gran parte de la población urbana brasileña. El éxito de la novela propició su adaptación al cine y su conversión en una de las películas más importantes de la última década. El propio Lins, al respecto, deja bien clara su postura sobre las razones de su repentina popularidad:
Llamó la atención porque yo soy negro, intelectual y favelado. Es una cosa casi imposible. Fue un éxito por una especie rara de racismo: ‘¿Cómo puede un negro escribir un libro tan largo?’ se debían de preguntar. (1)
Adaptar a John Le Carré ya es harina de otro costal: la obra del autor inglés, uno de los máximos exponentes de la literatura de espías, ha sido tantas veces llevada al cine, y con tan desiguales resultados (valga mencionar La Casa Rusia o El sastre de Panamá), que maravilla toparse con algo tan magnífico como lo que consigue Meirelles. Porque, y ahí reside la grandeza de este director, Meirelles adapta, no copia. Consciente de que lenguaje literario y lenguaje cinematográfico, aunque emparentados, ni son sinónimos ni son intercambiables, Meirelles y sus guionistas transformaron las obras originales, de mayor o menor valía más allá de la denuncia social (Lins) o el entretenimiento con trasfondo político (Le Carré) en obras de arte. No estaría mal que el cineasta brasileño diera clases a, entre otros, Zack Snyder o Ron Howard, por poner dos ejemplos sangrantes.
Ahora bien, adaptar a Lins y Le Carré es una cosa, atreverse con una de las obras más controvertidas de los últimos tiempos, nada menos que el Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, es lanzar un órdago a todos los seguidores tanto de su filmografía como de la obra del único Nobel de Literatura lusófono. Saramago, aparte de autor comprometido e iberista más o menos militante, posee uno de los estilos, digámoslo claramente, más farragosos de la literatura actual. Su obsesión por las oraciones kilométricas, su falta de ortodoxia para con la puntuación o la omisión en muchas de sus obras de nombres propios para protagonistas y secundarios, todo ello reflejado fielmente en la novela (¿o es realmente, como su nombre indica, un ensayo?) de la que hablamos.
Pese a los recelos de Saramago para vender los derechos de la obra, ya está recién estrenada en España A ciegas (Blindness). Ahora sólo cabe comprobar si todo el clima de violencia que el libro retrataba de forma tan sobrecogedora ha sido igualado, mejorado, o si nos encontramos con el primer gran batacazo de la filmografía de uno de los directores más importantes de nuestro tiempo.
(1) Entrevista para el diario argentino Página12, 8 de mayo de 2005.