Aquí os dejo la segunda entrega del homenaje de Nocte a Edgar Allan Poe, esta vez de manos de todo un experto en el mundo del terror y el minicuento: Santiago Eximeno.
Abandonado en mitad del campo, el espantapájaros ahogó un grito cuando el cuervo hundió su pico afilado en sus entrañas. Otros cuervos, el valor adquirido tras contemplar la osadía del primero, se posaron sobre sus brazos de paja y hurgaron en su interior con alevosía.
El dolor era insoportable.
Ahogando un gemido, el espantapájaros maldijo en silencio a Dorothy, a su repugnante perro, al hombre mecánico y al absurdo león. Maldijo al granjero que le había conducido de nuevo a los campos de siembra, dejándolo allí a su suerte. Pero sobre todo maldijo a su nuevo cerebro, ese temible órgano que había despertado en su frágil cuerpo conexiones nerviosas que desconocía.
—No hay lugar como el hogar —murmuró entre sollozos—. Maldita niña engreída y egoísta. Nunca más ayudaré a nadie en mi vida. Nunca más. ¡Nunca más!