Reconozco que me acerqué por primera vez a este libro por una tonta polémica sobre si la novela de Kazuo Ishiguro era ciencia-ficción o no lo era. Como siempre, resultó ser una discusión un tanto llevada por los pelos, ya que, a fin de cuentas, ¿qué importa una etiqueta? ¿reconocimiento del género o devaluación de la novela? En cierto modo, el reconocimiento viene implícito al usar el género y el valor de un libro sólo puede ser juzgado por sus lectores. Así que en este caso concreto, ¿qué más da? Lo importante, como siempre, son las sensaciones que proporciona durante y después de la lectura.
Ishiguro nos regala una pequeña obra maestra con Nunca me abandones, Anagrama [2005]. Relata con un ritmo pausado y lleno de pequeños detalles una odisea vital, un viaje desde la infancia hasta la muerte a través de personajes que son humanos y, a la vez, podrían no serlo.
¿Qué define a un ser humano completo? ¿El apartado físico? ¿O el espiritual? Ahí es donde el autor nos va lanzando señales. Aprovecha la condición borrosa, de zona gris, en la que viven los protagonistas, siempre sin saber si realmente son personas como los demás o simples copias, meros recipientes criados en granjas sin más destino que el sacrificio.
Ishiguro usa el descubrimiento personal para trazar historias con pulso firme. Para hablar acerca de sentimientos, relaciones, descubrimientos, perdón y hasta redención desde una mirada nueva, fresca, con un conflicto presente durante todo el libro sin que sea en realidad la historia principal.
Nunca me abandones es un gran libro, pero triste. Destila melancolía a medida que avanza quizá por la fuerza con la que aceptan su destino, y me pregunto si en realidad todos somos copias de alguien, sin alma, destinados al matadero, sin más esperanza que la de encontrar a alguien que dé sentido a nuestra vida de algún modo.
Y que nunca nos abandone.
Kazuo Ishiguro
Nunca me abandones