- Los monjes no sabían qué pasaba con cientos de sus libros.
- El enigma llamó la atención durante casi dos años.
El retirado y hermoso monasterio de Mont Sainte-Odile está situado en un remoto paisaje de Alsacia, en el norte de Francia. Su biblioteca es conocida en toda Europa por albergar manuscritos e incunables de gran valor, tanto económico como cultural. Alejados del mundanal ruido, imaginad la sorpresa de los monjes cuando se dieron cuenta de que algunos de sus más importantes libros estaban desapareciendo sin dejar rastro.
Se dio un constante e inexplicable goteo. Una noche desaparecía un libro y a las semanas, una docena de volúmenes dejaba un feo hueco en las estanterías. Nadie sabía quién había podido entrar en la abadía, ni cómo había accedido a la biblioteca; además del hecho de poder salir con más de diez libros de gran tamaño sin que nadie se diera cuenta.
En el monasterio se armó un gran revuelo, como no podía ser de otra forma. Se avisó a la policía, se investigó a los monjes y se incrementaron las medidas se seguridad. Se cambiaron las cerraduras en tres ocasiones. ¿El resultado? Los libros seguían desapareciendo, aunque a un ritmo más lento. Se extendieron los rumores sobre la existencia del espectro de un viejo monje bibliotecario que reunía sus viejos libros en el más allá.
La verdad, al final, resultó ser mucho más prosaica. Durante dos años, nada. Pero un día, un gendarme que no podía dejar de lado este misterio, descubrió un curioso mecanismo en la biblioteca que movía una librería, dejando al descubierto una habitación secreta. La policía instaló una cámara de vigilancia y esperó.
Al poco tiempo, el misterio fue resuelto. El profesor retirado Stanislas Gosse apareció en pantalla, llevando en sus manos un nuevo botín de libros robados. Gosse era un viejo conocido de la biblioteca, ya que llevaba años estudiado sus libros. Pero ¿cómo conocía la existencia de una cámara secreta de la que nadie más se había dado cuenta?
Hay que reconocerle el mérito al viejo profesor. Había leído un artículo en una antigua revista, en la que se decía que, en tiempos medievales, los monjes usaban un lugar secreto en la biblioteca para espiar a los novicios. Convencido de la existencia de esa cámara, pasó años buscándola hasta que, una vez encontrada, concibió el plan de usarla como depósito para ir robando libros.
Cuando la policía registró su casa, se encontró, nada más y nada menos, con 1.100 libros robados, datados a partir del siglo XV. Todo un tesoro bibliográfico que el profesor había acumulado a lo largo de los años con la intención de asegurarse un retiro dorado.