Cincuenta sombras de Grey, de E. L. James, es uno de los best sellers del año gracias en buena parte a una enorme campaña de publicidad por parte de la editorial y que amenaza con llenar las estanterías de las librerías con libros similares. Normalmente en Lecturalia no hacemos reseñas de libros que no nos parecen interesantes, excepto si tiene una buena puntuación por vuestra parte en nuestra web o, como en este caso, el mercado editorial pierde la cabeza por un título determinado.
Anastasia Steele es una estudiante de Literatura inglesa con la cabeza llena de pájaros gracias a lecturas como Jane Eyre, que espera a que su príncipe azul aparezca y que permanece, a punto de terminar la carrera, inocente y casta. Entonces conoce a un hombre que podría ser la pareja perfecta: rico, guapo, intrigante, pero que tiene un lado oscuro y que quiere iniciarla en el sadomasoquismo. Con semejante argumentos se podría haber contado una historia entretenida pero, lamentablemente, la autora se toma demasiado en serio su historia.
Cincuenta sombras de Grey no pasa de ser un típico libro de género romántico con todos los ingredientes que esperarías encontrar: mujer insegura que se encuentra con macho protector que le ayuda a entenderse; macho que, por supuesto, tiene un pasado complicado que la heroína está dispuesta a ayudarle a superar. Desconozco el tratamiento de las escenas de sexo en la romántica actual, pero es uno de los aspectos en que se ha basado la campaña publicitaria para presentarlo como un libro diferente; no esperéis maravillas, la prosa es tan pobre que pierde la capacidad de ser algo más que un puñado de escenas de mala pornografía.
Este es uno de los grandes problemas del libro: la limitada capacidad literaria de la autora, que nos presenta una historia en primera persona contada por una protagonista cuya vida interior es similar a la complejidad celular de la ameba, de forma que la supuesta exploración del yo a la que se ha de enfrentar la protagonista queda en poco más que un chiste mal contado. Es una lástima que estudiar literatura inglesa sólo le sirva para tener una visión adolescente del mundo en lugar de para mejorar su capacidad de introspección.
Es un libro que sólo recomendaría a grandes aficionadas a la novela romántica, siempre y cuando tengan una diosa interior como la protagonista (además de pájaros, en su cabeza caben un subconsciente y una diosa interior que le anima con pompones, en lo que debe ser el equivalente al angelito y demonio de los dibujos animados en versión lectora de Cosmopolitan).
Mi consejo es que no perdáis el tiempo. Si pensáis en leerlo para tener algo que comentar con las amigas, cambiad de tema o buscad información sobre sadomasoquismo, si es que os hace falta, en Internet para epatarlas con vuestros conocimientos sobre máscaras de cuero.
E. L. James
Cincuenta sombras de Grey